Educación financiera en Colombia: entre avances y desafíos que persisten
¿Por qué un país que avanza en su estrategia financiera sigue sin convencer a casi la mitad de su población de ahorrar o invertir? Esta pregunta late con fuerza en Colombia, donde la educación financiera emerge como un elemento decisivo para el bienestar económico personal.
Este abril de 2025, en Bogotá, la Mesa de Trabajo Intersectorial de Inclusión Financiera presentó la **Guía práctica de inclusión y educación financiera**, un esfuerzo conjunto del sector público, privado y organizaciones sociales para facilitar el acceso a productos financieros formales. Este documento no solo marca un paso en la política nacional, sino que se inscribe en la ambiciosa hoja de ruta que Colombia se propuso para 2025. Sin embargo, el reto es complejo: un reciente estudio de Ualá con Trendsity revela que un preocupante **44% de los colombianos no ahorra ni invierte**, un síntoma claro de que el conocimiento y la práctica financiera están rezagados.
La Superintendencia Financiera de Colombia (SFC) enfatiza que la educación financiera no demanda expertos; a través de herramientas accesibles —como hojas de cálculo o aplicaciones móviles— cualquier persona puede organizar sus finanzas. Define la educación financiera como la conjunción de **conocimiento, actitud y comportamiento necesarios para tomar decisiones acertadas** con el dinero, y así alcanzar el bienestar individual. Sin embargo, en la práctica la realidad difiere: el 52% de las personas no utiliza ninguna herramienta para planificar ni controlar sus gastos, según cifras oficiales. En un contexto inflacionario y con altas tasas, este déficit puede erosionar la estabilidad económica familiar.
Las estadísticas generan más preguntas que certezas. Aunque el Banco Mundial indica que el 94% de los colombianos afirma planificar su presupuesto, solo un 23% puede detallar exactamente cuánto gastó la semana anterior. Este dato revela un vacío entre la intención y la práctica, una brecha que las instituciones parecen decididas a cerrar con campañas integrales y capacitación.
Así, mientras las autoridades implementan programas y presentan guías que buscan democratizar el conocimiento financiero, la ciudadanía navega en un mar de incertidumbre donde la educación y la práctica aún no convergen. La pregunta queda abierta: ¿podrá Colombia hacer de la educación financiera no solo un ideal, sino una realidad palpable para todos sus habitantes? El camino invita a reflexionar sobre las consecuencias de una población que, sin herramientas sólidas, enfrenta con dificultad las tormentas económicas cotidianas.