📸 Cortesía: Canva Pro
[DESPUÉS DEL LIMBO, UNA CRISIS SIN RESPIRO]
En la quietud tensa de hospitales al borde del colapso, la salud en Colombia se desangra este julio de 2025. Allí, entre paredes blancas que deberían curar, la emergencia estalla con una crudeza desconocida.
El jueves 10 de julio, la Asociación Colombiana de Especialistas en Medicina de Urgencias y Emergencias (Acem) lanzó su alerta: la ocupación hospitalaria supera el 200%. Un dato que no solo cifra la sobrecarga sino que presagia una tragedia. Este sistema, castigado por años de desfinanciamiento y administraciones fallidas, ve cómo mueren esperanzas y vidas en salas saturadas, con personal agotado y recursos que escasean.
Entre el ruido de alarmas, la Fundación Clínica del Norte en Bello, Antioquia, anunció el cierre de su servicio de urgencias para el 25 de julio. La misma suerte sufrieron los servicios de urgencias de la Clínica Roma y el Hospital San Carlos en Bogotá. Estas decisiones, lejos de ser caprichos, nacen de un dilema: continuar con atención precaria o cerrar y preservar la calidad que se desvanece entre la escasez de insumos y fondos.

¿De dónde brota esta crisis? El desencadenante principal es el estancamiento en los pagos de las Entidades Promotoras de Salud (EPS), que no transfieren a tiempo ni en su totalidad los recursos a hospitales y clínicas. Así, el desabastecimiento de medicinas y material médico se convierte en un enemigo invisible, golpeando con especial dureza a los pacientes crónicos, cuya vida pende de tratamientos interrumpidos.
Para colmo, el retraso en el pago de salarios a médicos y personal asistencial, que supera los 90 días, tensa aún más la débil estructura del sistema. El agotamiento laboral amenaza con desbordar el ya precario equilibrio, revelando que detrás de números y estadísticas hay personas, rostros invisibles que sostienen la salud pública con esfuerzo doblemente heroico.
La crisis, extendida sobre el país y sus regiones, no distingue entre lo público y lo privado. El sistema, en su conjunto, parece a punto de quebrar. Mientras tanto, la ciudadanía observa con una mezcla de incredulidad y temor, preguntándose: ¿cómo es posible que el derecho a la salud, consagrado constitucionalmente, se convierta en un lujo cada vez más inaccesible?
En medio de este desamparo, la pregunta que queda flotando en el aire es si las autoridades tomarán medidas urgentes para restaurar un sistema que parece transitar hacia un abismo. La salud, esa promesa fundamental, pende de un hilo cuya tensión día a día amenaza con romperse. ¿Podrá Colombia evitar el desastre anunciado, o la tragedia se consumará entre corredores silenciosos y camas que no alcanzan para todos?