📸 Cortesía: Kevin Mazur/Getty Images
¿No se quiere ir de aquí?
Este viernes 11 de julio, el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot en San Juan se convirtió en el epicentro de una celebración que va más allá del espectáculo. Bad Bunny, el cantante puertorriqueño que ha marcado una era, inauguró su residencia “No Me Quiero Ir De Aquí”, un ciclo de 30 conciertos consecutivos que recorrerán hasta el 14 de septiembre de 2025.
En su debut, el artista agotó las entradas para tres noches seguidas, convocando cerca de 45.000 personas que llenaron el recinto con una mezcla de emoción y orgullo. No es solo una muestra de popularidad: la residencia es un compromiso que entrelaza la música, la cultura y una contundente reivindicación social.
Este proyecto acompaña el lanzamiento de su último álbum, “Debí Tirar Más Fotos”, y se presenta como un mosaico que rescata sonidos autóctonos como la bomba y la plena, fusionándolos con el reguetón moderno que Bad Bunny ha llevado a la cima mundial. El montaje escénico no es solo un despliegue visual, sino un manifiesto que alude a problemas profundos de Puerto Rico: la gentrificación que despoja barrios de su identidad, el doloroso desplazamiento de comunidades y los recurrentes apagones eléctricos que golpean la cotidianidad isleña. El mensaje, según Los Angeles Times, fue claro: “Una llamada a defender el ritmo que nos define”.
La demanda por asistir a esta residencia ha ido más allá de lo esperado. Con precios que en el mercado secundario alcanzan hasta los 1.900 dólares, la mayoría de los boletos se han agotado, señal inequívoca de una conexión que trasciende fronteras. Aunque los conciertos privilegian al público local, también ofrecen experiencias exclusivas a quienes buscan un acercamiento más íntimo con el artista.
Pero más allá del espectáculo, Bad Bunny posiciona esta residencia como un espacio de reflexión y voz crítica. Según CBS News, él no solo repasa los hits que lo catapultaron, sino que utiliza la plataforma para hablar de causas sociales, haciendo sentir a su público que la música puede ser también un grito solidario y un espejo de la realidad.
En un momento donde la isla enfrenta múltiples desafíos, “No Me Quiero Ir De Aquí” no es solo un título: es una declaración. Mientras la música retumba y los asistentes se funden en una comunión colectiva, la pregunta persiste: ¿podrá este proyecto mantener viva la llama cultural y social en medio de tantas incertidumbres? El tiempo y el público tendrán la última palabra.