Ni como presidente de la Celac. Trump no responde a Petro.

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¿Silencio desde la Casa Blanca?

Este miércoles 16 de julio de 2025, en Bogotá, el presidente de Colombia y actual líder de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Gustavo Petro, lanzó una denuncia que pone en evidencia la distancia creciente entre Estados Unidos y la región latinoamericana.

Durante la clausura de la Conferencia de Emergencia sobre Palestina, que congregó a distintos actores internacionales en la capital colombiana, Petro reveló que su solicitud formal para sostener una reunión oficial con el gobierno de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, sigue sin respuesta. “Como presidente de la CELAC he pedido reunión con Estados Unidos y no he recibido ni siquiera respuesta escrita. No quieren reunirse con América Latina y el Caribe, porque saben que reuniéndose con cada uno por separado son más fuertes, y entonces no dialogan, sino que amenazan, como ya nos sucede a nosotros”, afirmó con evidente frustración.

La carta enviada por Petro el pasado 23 de junio expresaba un deseo claro de abrir un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales. En ella, el mandatario colombiano reiteraba la voluntad de dejar atrás malentendidos y enfatizaba la importancia de la convocatoria a una cumbre real y efectiva entre Estados Unidos y la CELAC, como un espacio de igualdad para “pensar el futuro que compartimos”. Además, Petro hizo público un gesto de corrección respecto a afirmaciones previas sobre supuestos planes de desestabilización desde Washington, buscando así desescalar tensiones diplomáticas que ya habían llevado a intercambios de llamados a consultas entre embajadores de ambas partes.

Sin embargo, hasta el momento, la Casa Blanca guarda un silencio oficial que interpela: ¿qué significa esta negativa o demora en la respuesta? En un momento de volatilidad política y de desafíos regionales profundos, la ausencia de diálogo bilateral con la CELAC —un bloque que representa a casi toda América Latina y el Caribe— pone en evidencia no sólo un distanciamiento, sino también una estrategia que podría erosionar la confianza en las posibilidades de una cooperación regional efectiva.

Mientras tanto, en Bogotá, la ciudadanía —y no solo la política— observa con expectación y una creciente incertidumbre: ¿podrá la diplomacia encontrar caminos para traspasar este vacío, o persistirá el silencio como una forma de imposición y desdén? La pregunta permanece abierta, con el futuro de las relaciones hemisféricas en la balanza.

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