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¿Justicia tras el silencio de Amaia?
En Medellín, una tragedia que hiela la sangre.
Entre el 8 y el 10 de julio de 2025, en el barrio Belencito Corazón de la comuna 13, una niña de apenas dos años, Amaia Montoya Cardona, perdió la vida víctima de violencia indescriptible. Sus cuerpos pequeñas fueron marcados por golpes con objetos contundentes en cabeza, tórax, rostro y extremidades, y su inocencia ultrajada por abuso sexual.
Darwin Stiven Arango Aguirre, de 23 años y padrastro de Amaia, junto con la madre de la niña, de 25 años, son señalados por la Fiscalía General de la Nación, con respaldo de la Unidad Especial de Niños, Niñas y Adolescentes, como responsables de un horror que la sociedad no puede ni debe tolerar. La contundencia del informe de Medicina Legal no deja dudas: politraumatismos fatales y signos claros del abuso marcaron el final de Amaia.
El 31 de julio, Arango Aguirre decidió entregarse voluntariamente en el Centro de Atención Integral a Víctimas de Abuso Sexual (Caivas), acompañado por su abogado. Fue entonces cuando recibió formalmente la orden de captura y fue presentado ante un juez de control de garantías, quien determinó su prisión preventiva mientras avanza la investigación judicial. “Esta tarde se entregó con su defensor a la Fiscalía, donde se le notificó la orden de captura que tenía en su contra y deberá ir a audiencia ante un juez de la república para responder ante la justicia por su presunta responsabilidad frente a este lamentable pero condenable homicidio”, expresó el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez.
Cabe recordar que, apenas días antes, el 22 de julio, la madre de Amaia también había sido capturada, lo que refleja una oscuridad inexplicable en el entorno en que creció esta pequeña vida truncada.
La indignación y el dolor son sentimientos compartidos. Pero junto a ellos, la pregunta inevitable: ¿cómo pudo permitirse que este horror se perpetuara? ¿Podrá la justicia hacer valer no solo la ley, sino la memoria de Amaia y la protección que merecen todos los niños? La respuesta, todavía, está en las manos de quienes tienen el deber ineludible de esclarecer y castigar. Mientras tanto, el vacío de esta niña sigue resonando en el corazón de Medellín.