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¿Un adiós entre sombras y luces?
Este martes 22 de julio de 2025, la ciudad de Birmingham, cuna de uno de sus talentos más oscuros y luminosos, perdió a Ozzy Osbourne, el “príncipe de las tinieblas”. A los 76 años, el icónico fundador y voz de Black Sabbath expiró en su hogar, dejando un vacío irreparable en la historia del heavy metal y en el alma de sus seguidores.
Osbourne, ese hombre que transformó la oscuridad en guitarra, padecía desde hacía casi dos décadas un abandono corporal marcado por el párkinson y las crueles arterias coronarias. El corazón, siempre guerrero en mil escenarios, finalmente cedió ante un infarto agudo acompañado de un paro cardíaco extrahospitalario. Un destino trágico pero esperado para quien, desde la década de 1970, desafió la fragilidad humana con cada nota, cada grito, cada verso.
Antes de su partida, Ozzy regaló una última plegaria sonora. El 5 de julio, en la misma Birmingham que lo vio nacer, dijo adiós en un concierto en vivo cargado de emoción, un ritual de despedida que cerró un capítulo prodigioso para él y para la música. Fue un momento donde la historia se detuvo, al menos por un instante, para rendir homenaje al legado que él mismo aseguró con sudor y leyenda.
La muerte lo sorprendió en casa, reservado entre los lazos familiares que conmovieron a quienes lo rodearon. “Ozzy murió rodeado de amor”, confesó un comunicado íntimo que pidió respeto para un duelo que se vive con pesar y recogimiento. El funeral, celebrado el 31 de julio en Buckinghamshire, no fue un espectáculo sino un momento sagrado, exclusivo para la familia y para aquellos compañeros de ruta que compartieron el camino del rock y la oscuridad. Miles de admiradores siguieron desde la distancia el cortejo, recorriendo simbólicamente los senderos que él iluminó a su manera.
Ozzy Osbourne no fue solo un músico; fue una leyenda tallada en la memoria colectiva, un símbolo de resistencia y brillo en una oscuridad que él hizo suya sin perder el toque humano. Su partida invita a reflexionar sobre la compleja relación entre el arte, la enfermedad y la mortalidad. ¿Cómo seguir adelante cuando el “príncipe de las tinieblas” se apaga? ¿Puede la música sobrevivir a su creador sin perder su esencia?
Mientras las guitarras callan y el silencio se impone, la memoria de Ozzy Osbourne permanece viva, flotando en cada acorde, en cada sombra iluminada de un tiempo que ya no volverá. ¿Acaso no es este el verdadero legado de un hombre que supo hacer eterno lo efímero?