Petro sigue sin pronunciarse ante el fallecimiento de Miguel Uribe Turbay

📸 Imagen cortesía Presidencia de la República
¿Silencio presidencial ante una herida que se cierra con muerte?

Este lunes 11 de agosto de 2025, el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay falleció en la Fundación Santa Fe de Bogotá. Su vida, marcada por el atentado sufrido el 7 de junio en un mitin político en el occidente de Bogotá, se apagó después de casi dos meses de lucha por sobrevivir.

El ataque ocurrió en la tarde del 7 de junio, en el barrio Modelia, cuando disparos dirigidos a Uribe Turbay lo dejaron gravemente herido en la cabeza. Trasladado de inmediato a la Fundación Santa Fe, su estado fue crítico hasta que esta madrugada se confirmó su fallecimiento a la 1:56 a.m. La noticia fue confirmada por su esposa, María Claudia Tarazona, quien expresó en Instagram un mensaje de despedida que recorrió no solo Colombia sino medios internacionales.

Mientras la Presidencia emitió un comunicado institucional manifestando sus condolencias, el presidente Gustavo Petro, quien suele utilizar su cuenta de X para comunicados y posturas públicas, ha guardado un silencio que ha suscitado reproches y preguntas en la opinión pública y en actores políticos. En contraste, voces de la oposición, como Álvaro Uribe Vélez, lamentaron la muerte tildándola de asesinato de la esperanza, y la vicepresidenta Francia Márquez pidió justicia con hondura. Del extranjero llegaron también palabras de rechazo y condena; el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, y el subsecretario Christopher Landau calificaron el hecho como un “asesinato político” y exigieron una investigación clara y rápida.

El crimen no es un hecho aislado, sino la herida abierta de una violencia política que golpea la vida democrática. El atentado y la pérdida del senador Uribe Turbay convocan a la reflexión sobre la fragilidad de nuestra convivencia y el imperativo de castigar con rigurosidad estos actos. Mientras tanto, la ausencia de una voz firme desde la Presidencia deja un vacío inquietante, un eco mudo que invita a cuestionar: ¿podrá el país sanar bajo un discurso silente ante la violencia que se cobra vidas? ¿Qué significado tiene este silencio para quienes aún buscan esperanza en la política? La ciudadanía permanece en espera, cargada de preguntas y dolor, a la sombra de una tragedia que no debe borrarse ni dilatar su esclarecimiento.

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