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¿Democracia ensangrentada?
Este lunes 11 de agosto de 2025, Colombia volvió a sentir el dolor lacerante de la violencia política con la confirmación de la muerte del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay.
En la madrugada del 7 de junio, un atentado en la localidad de Fontibón, Bogotá, dejó gravemente herido a Uribe Turbay. Tras varias semanas de incertidumbre, este lunes se confirmó su fallecimiento, un golpe que sacude no solo a su entorno cercano sino a toda la nación. Las reacciones no se hicieron esperar. Francia Márquez, vicepresidenta del país y segunda autoridad del Ejecutivo, expresó en su cuenta oficial de X una profunda condena a la violencia y un llamado urgente a la unidad nacional. “La democracia no se construye con balas ni con sangre”, escribió, solidarizándose con la familia, amigos y seguidores del dirigente.
Esta tragedia no es un hecho aislado. Es un recordatorio brutal de la fragilidad de la seguridad en el ejercicio político. La figura de un senador y aspirante presidencial que cae víctima del odio y la violencia obliga a mirar con atención la crisis que atraviesa la democracia colombiana. Márquez hizo un llamado claro: “Rodear y defender la institucionalidad y la democracia”, rechazando sin ambages cualquier uso de la violencia en la disputa política, en ejercicio de su responsabilidad gubernamental y ético-social.
Mientras el país llora la pérdida de una voz política y se impresiona ante la escalada de agresiones, quedan preguntas abiertas: ¿puede Colombia garantizar la protección y las condiciones para una contienda democrática libre y pacífica? ¿Qué respuesta ofrecerán las instituciones para que tragedias como esta no vuelvan a repetirse?
El sepulcro de Uribe Turbay trae consigo un vacío que invita a la reflexión profunda. La democracia, en su esencia, es un pacto social frágil. La vigencia de ese pacto depende de la voluntad colectiva para preservar la vida y la pluralidad. ¿Estará el país a la altura de ese desafío?