Terremoto de magnitud 7.4 sacude Filipinas causó pánico y destrucción

📸 Cortesía: Anadolu/Getty
¿El suelo se rebeló?

En la fresca madrugada del viernes 10 de octubre de 2025, un terremoto de magnitud 7.4 despertó el sur de Filipinas con un estruendo que nadie esperaba. El epicentro, escondido a 10 kilómetros bajo el mar y a 123 kilómetros de Davao, la urbe más pujante de Mindanao, sacudió la tranquilidad y desató el caos entre sus habitantes.

El pánico fue inmediato, reflejado en evacuaciones masivas que recorrieron las calles. Edificios públicos y privados, viejos y nuevos, sintieron el temblor: grietas, caída de escombros y daños visibles dejaron a la región tambaleando no solo física sino emocionalmente. Al menos dos víctimas mortales se confirmaron en la ciudad de Mati, puerto de Davao Oriental, donde el suelo no solo se movió, sino que arrebató vidas. Una mujer murió al caer bajo los escombros mientras buscaba refugio, según informó Karlo Puerto, portavoz de la defensa civil regional.

Ante la amenaza de un posible tsunami, el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico alzó la voz advirtiendo olas de más de tres metros que podrían azotar las costas filipinas y también impactar a Indonesia y Palau. La respuesta presidencial no tardó: Ferdinand Marcos Jr. ordenó evacuaciones preventivas en las zonas costeras del centro y sur del país, suspendió las clases en Davao y activó a las autoridades para estar alerta ante nuevas réplicas. Sin embargo, la amenaza de tsunami se desvaneció rápidamente; las marejadas no pasaron de un rumor, aunque la vigilancia se mantiene firme.

El gobernador de Davao resumió en pocas palabras la escena vivida: “Se desataron escenas caóticas cuando las personas huyeron de sus casas y oficinas, mientras los temblores continuaban”. Imágenes difundidas captaron a trabajadores sanitarios trasladando heridos, recordándonos que detrás del desastre hay historias de miedo, solidaridad y resiliencia.

Tras este episodio, que revivió la fragilidad de quienes habitan esta parte del archipiélago, queda la pregunta abierta: ¿cómo se preparará Filipinas para los caprichos del magma y el movimiento telúrico que parecen no ceder? La tierra habló, y con ella, el silencio de la vigilancia constante se impone. ¿Podrá la región sanar sin perder la esperanza mientras la incertidumbre persiste?

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