📸 Imagen cortesía Colprensa
Daniel Quintero vuelve a estar en el centro de la controversia, y no precisamente por sus propuestas, sino por el enredo jurídico y político que él mismo ha ayudado a construir. Su decisión de retirarse de la consulta del Pacto Histórico, y luego insistir en que sí puede ser candidato presidencial en 2026, demuestra una vez más su estilo: desafiante, impredecible y, sobre todo, calculado.
Quintero alega que el tarjetón de la consulta fue mal redactado, que el proceso es ilegal, que el CNE se equivocó y que la Registraduría actuó en su contra. Pero más allá de los tecnicismos, hay algo claro: el exalcalde busca mantenerse vigente en la conversación política, aun a costa de tensar los límites institucionales y poner en duda la legitimidad de las reglas que él mismo aceptó cuando se sumó al Pacto Histórico.
Su discurso, envuelto en un tono de «víctima del sistema», intenta convencer al electorado de que está siendo censurado o excluido injustamente. Sin embargo, esta narrativa choca con la realidad jurídica: una vez se sometió a las reglas de la consulta, no puede desconocerlas porque ya no le resultan convenientes.
Lo que llama la atención es cómo, en su intento por posicionarse como “el candidato libre de la izquierda”, Quintero termina distanciándose de las mismas fuerzas que lo impulsaron al poder en Medellín. Su relación con el petrismo está fracturada y su figura genera más ruido que respaldo.
En el fondo, esta discusión no es solo sobre legalidad electoral, sino sobre coherencia política. Quintero parece estar dispuesto a reinterpretar la ley según sus intereses, y eso no deja de ser preocupante.
Si algo ha demostrado este episodio, es que Daniel Quintero sigue siendo fiel a su estilo: desafiar las normas, cuestionar a las autoridades y presentarse como el outsider perseguido. Pero entre tanta estrategia y tanta ambición, corre el riesgo de perder lo más importante: la credibilidad.
