📸 Imagen cortesía: Imagen tomada de la cuenta de X The Earthshot Prize
¿Aire limpio, ciudad viva?
Este 6 de noviembre de 2025, en la translucida atmósfera de Río de Janeiro, Bogotá recibió el Earthshot Prize en la categoría “Clean Our Air”. Un reconocimiento que no sólo premia avances ambientales, sino que coloca a la capital colombiana en el mapa global como faro de justicia ambiental y transición ecológica urbana.
El alcalde Carlos Fernando Galán fue el encargado de recibir este galardón durante la Cumbre Mundial de Alcaldes C40, un acto que celebra el compromiso con ciudades más limpias y saludables. La distinción subraya el progreso sostenido de Bogotá en movilidad sostenible, una batalla que comenzó frente a una crisis de contaminación que parecía insalvable hasta mediados de la década pasada.
Desde 2018, la capital logró reducir un 24% los niveles de material particulado fino, un contaminante peligroso para la salud pública, pese a una población que no deja de crecer. ¿Cómo lo ha conseguido? Apostando por transformar sus calles: con 667 kilómetros de ciclorrutas —y un ambicioso plan para alcanzar los 836 en 2027—, la implementación de 1.486 buses eléctricos, y la construcción en marcha de su primera línea de metro y tres cables aéreos para transporte público. Estas medidas forman un mosaico de soluciones integradas, diseñadas para reemplazar vehículos contaminantes y ofrecer alternativas sostenibles y accesibles.
El impacto va más allá del transporte. Proyectos como la Zona Urbana por un Mejor Aire (ZUMA) en el barrio de Bosa combinan modernización del transporte de carga con un reverdecimiento urbano tangible, pavimentación eficiente y un estímulo a formas activas de movilidad como el caminar y el uso de bicicletas. Esta apuesta integral se sostiene con inversiones que suman 19.900 millones de dólares, orientadas no solo a mover personas, sino a recuperar espacios públicos y restaurar ecosistemas urbanos.
Bogotá, en esta travesía de cambio, no solo limpia su aire; redefine su relación con el entorno y la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, la pregunta permanece: ¿podrán estas iniciativas resistir la presión del crecimiento urbano y la demanda constante de movilidad? Lo que está claro es que la ciudad demuestra que la justicia ambiental es posible, pero exige voluntad política sostenida y participación ciudadana activa.
Mientras la capital colombiana avanza, otras metrópolis observan, aprenden y, quizás, se animan a replicar un modelo que va más allá de la reducción de emisiones: es una apuesta por un futuro donde el aire limpio no sea un privilegio, sino un derecho.
¿Será este premio el impulso definitivo para que Bogotá consolide su liderazgo ambiental en América Latina? El tiempo y la gestión lo dirán, pero por ahora, el galardón simboliza un respiro para sus habitantes y un desafío para las ciudades del mundo.


