📸 Imagen cortesía El Espectador
¿Memoria enmudecida?
La noche del 13 de noviembre de 1985, un alud de lodo y muerte sepultó Armero, en el Tolima colombiano, dejando más de 23.000 víctimas y un país marcado para siempre. En medio del desastre, una niña de 13 años, Omaira Sánchez, emergió como símbolo de la tragedia y la vulnerabilidad humana ante la naturaleza y la falta de previsión estatal.
Atravesada por los escombros de su hogar en el barrio Santander, Omaira quedó atrapada casi hasta el cuello, inmóvil pero consciente. Durante más de 60 horas sostuvo la mirada de los rescatistas y la atención del mundo que seguía su agonía por televisión y radio. “Saquen a los que es más fácil y luego yo”, pidió con una serenidad que desbordaba dolor y valentía, mientras su cuerpo cedía ante el peso implacable del lodo y la infección.
El volcán Nevado del Ruiz había despertado, arrastrando hacia Armero avalanchas de lodo y agua que borraron todo a su paso. Pero la tragedia no fue solo de la naturaleza: carencia de equipos, ausencia de protocolos y negligencia institucional impidieron un rescate eficaz. Así, el rescate de Omaira fue un ejercicio de impotencia y silencio, mientras ella despedía al mundo con sus últimas palabras: “Mamá, si me escuchas, reza para que yo pueda caminar… adiós, madre.”
Cuarenta años después, la historia de Omaira Sánchez no es solo un recuerdo. Es un espejo incómodo para una sociedad que sigue enfrentando amenazas similares sin garantizar la protección y dignidad de sus ciudadanos. Entre la conmoción y la desolación, la tragedia de Armero interpela sobre la memoria, la justicia y la necesidad urgente de cambiar.
¿Puede Colombia encontrar en la memoria de Omaira la fuerza para no repetir un pasado frágil y doloroso? La multiplicidad de voces, la nostalgia y la exigencia por prevención siguen vigentes, mientras el dolor persiste, como la lluvia que moja la tierra donde una niña valiente aún susurra: “No me olviden.”
