Los trastornos del espectro autista (TEA) comprenden un conjunto diverso de condiciones caracterizadas por dificultades en la interacción social y la comunicación, así como patrones atípicos de actividad y comportamiento. Mientras que algunas personas con autismo pueden llevar vidas independientes, otras con discapacidades más severas requieren atención continua a lo largo de su vida, afectando su educación y oportunidades de empleo. Las actitudes sociales y el apoyo gubernamental influyen significativamente en la calidad de vida de quienes tienen autismo.
Aunque las características del autismo pueden detectarse en la infancia, a menudo el diagnóstico se realiza más tarde. Las personas con autismo también pueden experimentar condiciones comórbidas como epilepsia, depresión y trastorno de déficit de atención e hiperactividad.
La prevalencia global del autismo se estima en uno de cada 100 niños, pero varía entre estudios. Se atribuye a múltiples factores, incluyendo genéticos y ambientales, sin evidencia de relación causal con vacunas infantiles.
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La evaluación y atención tempranas, con intervenciones psicosociales basadas en evidencia, son fundamentales para mejorar las habilidades sociales y comunicativas de los niños con autismo. La colaboración entre sectores como salud, educación y asistencia social es esencial para brindar servicios integrales. Además, se destaca la importancia de los derechos humanos, ya que las personas con autismo deben recibir el más alto nivel posible de atención de salud física y mental, pero a menudo enfrentan estigmatización y discriminación.
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La OMS aborda estos desafíos mediante esfuerzos que incluyen el fortalecimiento de capacidades nacionales, la orientación sobre políticas y planes de acción, la formación del personal de salud y la promoción de entornos inclusivos. En 2014, la Asamblea Mundial de la Salud adoptó una resolución para abordar los TEA y otros problemas del desarrollo, subrayando la importancia de mejorar la calidad de vida de las personas con autismo.