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**Un visitante celeste sin sombra**
En la madrugada del miércoles 17 de julio de 2025, un asteroide se asomó cerca de nuestro hogar azul. No hubo alarma, pero sí una mirada inquieta hacia el cielo.
Se trata de 2022 YS5, un cuerpo rocoso de unos 36 metros de diámetro —aproximadamente el tamaño de un edificio de diez pisos— que rozó la Tierra a una distancia de unos 4,15 millones de kilómetros. Viajaba a una velocidad superior a los 22.500 kilómetros por hora, una cifra que impresiona pero que, en esta ocasión, no llevó consigo ninguna amenaza directa. Para comprender mejor la distancia, es como si este pequeño gigante cruzara por encima de nosotros a más de diez veces el espacio que separa nuestro planeta de la Luna.
La NASA, junto con la Agencia India de Investigación Espacial (ISRO), monitoreó este paso con atención. Ambos organismos insistieron en que 2022 YS5 no es un “asteroide potencialmente peligroso”, pues aunque pertenece a la familia Aten —cuerpos celestes con órbitas que pueden cruzar la de la Tierra— no cumple con los criterios de riesgo: su tamaño es inferior a los 85 metros que la NASA considera para esa categoría, y su cercanía, mucho mayor a los 7,4 millones de kilómetros que definen una amenaza real.

Sin embargo, la importancia de este encuentro va más allá del tamaño o la distancia. Para las agencias espaciales, cada paso cercano sirve como ensayo para fortalecer las defensas planetarias, prepara la maquinaria de la vigilancia espacial y recuerda —sutil pero poderosa— la fragilidad del mundo en que habitamos.
Así, mientras 2022 YS5 continúa su viaje en la vastedad del cosmos, la humanidad queda convocada a observar, aprender y actuar. Porque aunque esta vez el visitante no trajo daño, la historia del cielo guarda aún muchas preguntas sin respuesta. ¿Podremos estar preparados cuando el próximo roce sea menos benevolente? ¿Qué lecciones extraemos de estos encuentros fugaces? El tiempo, y el espacio, lo dirán.