📸 Cortesía: Alcaldía de Medellín
[Pico y placa: entre la movilidad y la opresión]
Este miércoles 22 de octubre de 2025, el Área Metropolitana del Valle de Aburrá volvió a vestirse con la rigurosidad de una medida que no da tregua: el pico y placa se impone sin pausa en sus diez municipios, Medellín incluido, buscando regular el tráfico y, sobre todo, recortar la voracidad contaminante.
Durante esta jornada, los vehículos particulares con placas terminadas en 1 y 8 quedan confinados a la inmovilidad desde las 5 de la mañana hasta las 8 de la noche. Las motocicletas, tanto de dos como de cuatro tiempos, que inicien su matrícula en esos dígitos, sufren la misma condena horaria. Los taxis, por su parte, con placas finalizadas en 4, afrontan su propio encierro desde las 6 de la mañana y hasta el atardecer estancado del tráfico.
Esta restricción no distingue fronteras municipales: Medellín, Bello, Envigado, Itagüí, Sabaneta, La Estrella, Copacabana, Girardota, Barbosa y Caldas son co-protagonistas obligados de este esquema que pretende, sobre todo, mejorar la movilidad y poner un freno a la contaminación en una región donde el concreto y el humo se han vuelto inseparables compañeros de vida.
La rigidez del horario es tan certera como implacable: los particulares y motos deben mantenerse en pausa 15 horas, mientras que los taxis resisten un poco menos, pero bajo la misma tensión. Sin embargo, no todo es uniforme: en Medellín, algunas vías poseen el privilegio de estar exentas. El Sistema Vial del Río, que comprende la Avenida Regional y la Autopista Sur, esconde caminos libres de esta asfixia normativa, un respiro en medio del congestionamiento.
¿Pero a qué precio se paga esta disciplina sobre ruedas? La comunidad se debate entre la necesidad de desahogar las calles y la sensación de una movilidad coartada. La medida, si bien se erige sobre fundamentos ambientales y de orden público, también expone las tensiones entre la ciudad que quiere avanzar y los ciudadanos que sienten, a ratos, la pesada mano de la regulación.
Así, este miércoles, la ciudad se transforma. El silencio de motores que no rugen se mezcla con el ruido cotidiano de quienes, desde la espera o la libertad limitada, buscan en el espacio urbano no solo desplazarse, sino también respirar. ¿Será posible armonizar movilidad y calidad de vida sin sacrificar a quienes dependen de sus vehículos para vivir? La respuesta, en el pulso de la ciudad, sigue esperando.
