¿Blindaje en mulas? La polémica de la UNP

📸 Imagen cortesía: Imagen creada con IA. Imagen de referencia
¿Mulas contra la violencia? El curioso esquema de protección en Colombia

En la selva, donde los caminos se pierden y la violencia acecha, una respuesta inesperada ha dado que hablar. Entre junio y septiembre de 2025, la Unidad Nacional de Protección (UNP) sorprendió al país al anunciar la incorporación de mulas para custodiar a líderes indígenas amenazados en zonas apartadas de Colombia.

Este lunes 14 de septiembre, en un acto oficial, el director de la UNP, Augusto Rodríguez, confirmó esta estrategia que, aunque insólita, busca enfrentar la falta de vehículos blindados operativos en territorios rurales con acceso vehicular restringido o inexistente. «La flota de vehículos blindados es limitada. No hay vehículos para todas las personas, principalmente en zonas rurales donde camionetas blindadas son inviables», señaló Rodríguez, explicando que la geografía exige alternativas más prácticas para proteger a los guardianes de comunidades vulnerables.

La medida surgió tras múltiples denuncias de alcaldes, precandidatos y dirigentes sociales que alertaron sobre la insuficiencia de recursos para garantizar la seguridad frente a la escalada de ataques contra líderes sociales, uno de ellos el reciente atentado fatal contra el senador Miguel Uribe Turbay. En este contexto, la UNP decidió apostar por las mulas, animales resistentes que pueden atravesar senderos inaccesibles para cualquier vehículo, con la esperanza de garantizar una vigilancia más cercana y constante.

Sin embargo, la idea de “blindar mulas”, más simbólica que técnica —pues no se trata de protección balística como en automóviles blindados— provocó una ola de ironías y críticas en las redes sociales y medios nacionales. Expertos y observadores cuestionan si esta táctica no es más que un gesto desesperado que evidencia la precariedad institucional y la falta de eficacia en la protección del Estado hacia quienes enfrentan amenazas reales. La pregunta subyacente es evidente: ¿puede un animal sostener la carga de una violencia que el Estado parece no saber cómo combatir?

Al final, la polémica no solo habla de mulas o blindajes, sino de un vacío persistente en la política de protección a líderes sociales —un vacío que se ensancha en las condiciones adversas del territorio y en la incertidumbre sobre el compromiso estatal. Mientras los caminos rurales permanecen intransitables, la ciudadanía se pregunta si las mulas serán “la última línea” o solo un símbolo más del olvido en que quedan muchos de quienes arriesgan su vida por comunidades enteras. ¿Podrá la UNP superar esta imagen y ofrecer una verdadera protección? El tiempo lo dirá, pero la sombra de la violencia permanece intacta en la lejanía.

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