📸 Cortesía: Redes Sociales
¿Gritos que taponan la ruta vital?
Desde la madrugada del 16 de octubre, el pulso del gas natural que alimenta hogares, comercios e industrias en Cali y Buenaventura se cortó de raíz. Un cerco invisible —pero tangible— levantado por bloqueos en la vía que une estas dos ciudades principales del Pacífico colombiano paralizó el suministro y sembró incertidumbre en miles de habitantes y sectores clave.
La protesta tiene rostro y voz. Comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas de La Víbora y Cocomar alzan reclamos que retumban más allá del asfalto cerrado: exigen el cumplimiento de acuerdos históricos, denuncian deudas sociales y económicas que aún pesan como sombra del olvido estatal. No es sólo una interrupción del gas; es un grito en busca de justicia.
Gases de Occidente, encargada de transportar el gas, ha visto impotentes cómo los camiones cisterna quedaron atrapados en un camino bloqueado. Andrés Lugo, su jefe de operaciones, aconseja a los usuarios “mantener las válvulas cerradas” hasta que se restablezca el servicio y hace un llamado a la calma y a seguir las vías oficiales para informarse. Mientras tanto, miles afrontan el frío y la incertidumbre.

Los intentos de la Fuerza Pública por despejar la vía han topado con resistencia feroz: barricadas reaparecen tras cada enfrentamiento, y la violencia tensa aún más el aire. Hernán Orbea, coordinador de la Terminal de Cali, señala que unos 200 pasajeros permanecen varados, con citas médicas perdidas y compromisos truncados, mientras los dirigentes gremiales alertan que la región pierde más de 10.000 millones de pesos diarios, un costo que mide el peso del bloqueo en cifras tangibles.
En medio de este cuadro, el Gobierno nacional ha enviado una comisión para buscar el diálogo que permita la reactivación de la movilidad y la operación portuaria. El trasfondo es claro: ¿cómo equilibrar las legítimas demandas de comunidades marginadas con la urgencia de un suministro energético que sostiene vidas y economía? La vía está bloqueada, pero también el camino hacia respuestas que aún quedan pendientes. ¿Cuánto durará esta encrucijada entre protesta y necesidad?
El silencio del gas habla de un conflicto que va más allá de una interrupción técnica; revela un vacío donde la confianza se erosiona y la paciencia se agota lentamente. Y mientras la ruta crítica se mantiene taponada, la región se pregunta qué será lo próximo que este pulso interrumpido intentará decirnos.