📸 Cortesía: El Espectador – Gustavo Torrijos
[LA CIUDAD QUE QUEREMOS, ¿YA LLEGA?]
Un suspiro y un rumor de motores menos detenidos en el norte de Bogotá.
Este 2024, la capital colombiana inicia un nuevo capítulo en su historia vial. Cuatro corredores clave prometen transformar la vida diaria de miles antes de que el calendario marque 2028.
En el horizonte se dibujan la avenida del Polo Oriental y su contraparte occidental, la esperada avenida Santa Bárbara y la ampliación de la emblemática Avenida Boyacá. No están solos: la sombra gigante de la Autopista Norte—un eje vital, congestionado y cansado—planea su propia revolución infraestructural. Quienes transitan estas rutas conocen bien la necesidad urgente de carriles que respiren mejor; por eso, estos planes incorporan carriles exclusivos para transporte público, sendas ciclables y espacios que honran al peatón, invitando a una movilidad más sostenible e inclusiva.
La fuerza motriz detrás de esta promesa es la administración distrital que encabeza Carlos Fernando Galán, un alcalde que ha puesto su nombre y su paso firme en estas obras. Pero no camina solo; la concesionaria Ruta Bogotá Norte aparece como un jugador decisivo, especialmente en el proyecto de la Autopista Norte, un verdadero nudo de esta red vial que será desatado, si la burocracia y la naturaleza lo permiten.
Y aquí está la cuenta atrás: con licencias ambientales aún en trámite, algunas obras podrían arrancar en enero de 2026, aguardando que la aprobación ambiental llegue a tiempo en diciembre de 2025, un paso crucial que definirá si los sueños de fluidez vial se hacen realidad en los plazos previstos.
Este meticuloso despliegue tendrá lugar en el norte de Bogotá, en ese espacio donde el tráfico se acumula y la paciencia se desgasta, una puerta entrelazada a la región metropolitana que requiere, más que nunca, soluciones firmes e inmediatas.
¿Y la razón de todo esto? La congestión vehicular, ese mal crónico que erosiona la calidad de vida, ralentiza la economía y desoye el eco de quienes exigen una movilidad humana, efectiva y amable. Con esta intervención, la ciudad busca no solo descongestionar asfalto y avenidas, sino reimaginar el espacio público, convocando a un futuro menos dependiente del automóvil y más atento a peatones y ciclistas.
Pero quedan muchas preguntas abiertas. La licencia ambiental, la ejecución de las obras sin tensiones sociales, y la posibilidad de que estas estructuras insuflen vida y no simplemente más cemento a una ciudad que clama por espacios que la eleven.
Bogotá se embarca en una travesía que tentará su capacidad de transformar promesas en realidad y que, en último término, no solo medirá la calidad del asfalto, sino la calidad de la vida que promete ofrecer.
¿Llegará la movilidad soñada o solo veremos pasar el tráfico? Esa es la incógnita que permanece mientras las máquinas esperan arrancar.