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¿Tierra sangrada?
En la tardía noche del sábado 13 de septiembre de 2025, David Alexander Higuita David, campesino de 38 años, sufrió la violencia silenciosa de un legado que se niega a morir. En la vereda La Candelaria, al pie de las montañas de Peque, Antioquia, una mina antipersonal estalló a apenas 500 metros de su hogar, mutilando su pierna izquierda mientras pastoreaba.
El estruendo rompió la calma del occidente antioqueño hacia las 7:00 p.m., dejando una herida profunda no solo en la piel de David, sino en el alma misma de una comunidad acostumbrada a convivir con el miedo. Su traslado urgente del hospital San Francisco de Peque a un centro de Medellín refleja la gravedad del daño, y el vacío que deja un terreno minado de incertidumbre.
Este episodio no es una simple noticia aislada. Habita en el eco de una historia que se repite, en esas fracturas invisibles que deja la guerra: minas antipersonal dispersas que se infiltran en la rutina campesina, amenazando el sustento y la vida. La voz temerosa de los pobladores resuena con preguntas sobre la posible existencia de otros artefactos mortales en la región. Autoridades locales indagan aún sobre los responsables y la modalidad de instalación del explosivo; grupos armados ilegales sobrevuelan como sombra oscura en este suceso sin consenso oficial ni respuesta clara de desminado.
Las organizaciones sociales, como Corpades, señalan este hecho como la persistencia de un legado cruel que condena a quienes sólo buscan labrar la tierra. “Este incidente pone en evidencia la persistente amenaza de los restos de explosivos en áreas rurales, un legado de décadas de conflicto armado que continúa afectando a comunidades vulnerables”, advierten.
Mientras David enfrenta la recuperación, la comunidad se enfrenta a un interrogante abierto: ¿cuántas heridas más quedarán enterradas bajo el suelo que pisan? ¿Podrá la voluntad institucional desarraigar de una vez por todas esta amenaza que sigue germinando dolor?
En esa tierra que debería alimentar y dar vida, las minas siguen sembrando miedo y silencios. ¿Cuánto más habrá que esperar para que la seguridad no sea un privilegio sino un derecho en estas tierras olvidadas?