
El 26 de abril de 1896 se presentó uno de los eventos más extraños para los habitantes de Prípiat, en la Ucrania soviética, cuando el cielo se iluminó de colores en horas de la madrugada, segundos después del sonido de una explosión. Desde que el cuerpo de bomberos voluntarios soviético del pueblo de Chernóbil se dirigió a apagar ‘un incendio más’, la historia no ha sido la misma.
En la Central Nuclear de Chernóbil, uno de los reactores se apagó inesperadamente, causando el colapso del núcleo que era alimentado por dióxido de uranio. El resultado, más allá de lo técnico, fue la muerte, desplazamiento, enfermedad y sufrimiento de cientos de miles de personas, y el temor de una guerra nuclear.
En una empresa por ganar la Guerra Fría, la mirada sobre las centrales y la energía nuclear dio un vuelco, generando percepciones negativas en el imaginario social sobre este sistema. Después de la tragedia, la energía nuclear comenzó a generar más miedo que esperanza.
En la actualidad, se sabe de los beneficios de la energía nuclear sobre las energías convencionales: es una de las energías más limpias en el planeta, frena la carbonización y su producción es constante, independientemente de las condiciones meteorológicas. Sin embargo, es en la parte técnica que recae la mayor responsabilidad para quienes la adopten.
Un tema tan complicado como lo fue este desastre, la conmemoración de la fecha debería servir para generar sensibilidad, memoria y oportunidades. El gobierno ucraniano advierte a las personas curiosas abstenerse de visitar la ciudad fantasma de Prípiat, debido a que la radiación expuesta durará por lo menos cien años, sin embargo, es común escuchar que tal o cual influencer visitó la zona.