📸 Imagen cortesía: Ovidio González – Presidencia de la República
¿Colombia como frontera de la dignidad?
Este martes 9 de septiembre de 2025, en la ciudad brasileña de Manaos, el presidente colombiano Gustavo Petro alzó la voz ante las crecientes tensiones regionales. Frente al reciente despliegue de tropas estadounidenses en el mar Caribe cerca de Venezuela, Petro fue tajante: ni su país ni su ejército serán usados para avalar una invasión contra la nación vecina.
En la ceremonia de inauguración del Centro de Cooperación Policial Internacional de la Amazonía, Petro no dejó espacio a dudas. “Colombia no prestará su territorio para una invasión a ningún país vecino ni sus ciudadanos, a menos que sea apátrida y genocida”, proclamó con firmeza. Sus palabras llegan en un contexto donde la sombra de una intervención militar extranjera sobre Venezuela se ha intensificado, especialmente tras el despliegue naval estadounidense, oficialmente para combatir el narcotráfico, pero que muchos analistas ven como una escalada con implicaciones geopolíticas profundas.
El mandatario colombiano resistió la tentación de simplificar la crisis venezolana con visiones unilateralistas. Reconoció no haber reconocido al gobierno venezolano por cuestionar la legitimidad de sus elecciones, pero advirtió: “Eso no significa que un conflicto político interno no se resuelva hablando entre venezolanos”. Así, Petro condenó no solo el uso de la fuerza externa como solución sino también la erosión del diálogo como herramienta esencial para resolver disensos que afectan a la región.
Más allá de la retórica política, Petro se mostró preocupado por incidentes con consecuencias reales y tangibles, como el ataque de una embarcación venezolana por parte de fuerzas estadounidenses, que calificó como un asesinato “no justificado”. Alzó una advertencia que resuena en la piel latinoamericana: América Latina, “dueña del Caribe”, no puede permitir que esta violencia permanezca impune y silenciosa. El riesgo, enfatizó, es que la inestabilidad contamine ciudades como Bogotá o Río de Janeiro, evidenciando que las crisis lejanas tienen ecos propios.
Así, Colombia dibuja una línea roja sobre su soberanía y la región una esperanza frágil entre la diplomacia y la tormenta. ¿Podrá el diálogo prevalecer ante las sombras de la intervención y la militarización? La respuesta, por ahora, sigue abierta, pero Petro ha dejado claro que, al menos desde Bogotá, no habrá portazos a la paz ni silencios cómplices ante el ruido de las armas.