📸 Imagen cortesía Redes Sociales
El libreto de Daniel Quintero ya es conocido, repetitivo y desgastado: cada vez que la justicia o los medios destapan un nuevo escándalo que lo roza a él o a su círculo más cercano, aparece su frase de cabecera: “Esto es una persecución política”. Lo dijo cuando salieron los audios de sus funcionarios hablando de contratos amañados, cuando la Contraloría tocó las puertas de su administración por presuntas irregularidades, y ahora lo repite tras revelarse los chats que involucran a su hermano, Miguel Quintero Calle, en un entramado de presunta corrupción con exfuncionarios y contratistas del Área Metropolitana del Valle de Aburrá y el Cuerpo de Bomberos de Itagüí.
Pero no se trata de un rumor, ni de una invención electoral. Hay una investigación abierta en la Fiscalía Anticorrupción, testimonios de personas que colaboran con la justicia, evidencias digitales, chats, audios, videos; y una lista creciente de imputados. En ese grupo de llamado “Amigos”, según la investigación, se discutían temas contractuales, financieros y administrativos con nombres, cifras y decisiones. Es decir, no eran conversaciones inocentes entre amigos; eran piezas de un presunto engranaje de poder.
Y, mientras tanto, el exalcalde y ahora precandidato presidencial insiste en su narrativa, en su intento de transformar los procesos judiciales en un show político. Pero ese cuento ya no se traga entero. No puede ser que más de 40 funcionarios investigados, imputados o capturados durante su administración, sean parte de una conspiración imaginaria. No puede ser que todo sea “una guerra jurídica y mediática”, hay pruebas, hay investigaciones de fondo y personas que ya quieren contar a favor del principio de oportunidad.
En Medellín todavía se sienten las consecuencias de una administración que confundió lo público con lo personal, que debilitó instituciones y que dejó un rastro de desconfianza en cada entidad que tocó. Y ahora, ante las revelaciones que salpican a su hermano y a otros suyos, Quintero responde como siempre: «un entramado político y de persecución».
No se trata de persecución política. Se trata de rendición de cuentas, de entender que la transparencia no se grita en tarima, se demuestra con hechos. Y los hechos, hasta ahora, muestran un patrón preocupante: un poder familiar y político que operó sin límites, amparado en la retórica de la “nueva política”, pero con las mismas mañas de siempre.
Si Daniel Quintero quiere hablar de persecución, que empiece por mirar dentro de su propio círculo. Porque a veces la corrupción no viene de los enemigos políticos… sino de los amigos más cercanos.