Contaminantes en el agua: médicos en EE. UU. alertan sobre los efectos de los “químicos eternos” (PFAS)

📸 Imagen cortesía iStock by Getty Images
¿Químicos eternos, enfermedad perpetua?

Este lunes 10 de junio, médicos y autoridades sanitarias de Estados Unidos lanzan una alerta urgente: la contaminación por PFAS, esos llamados “químicos eternos”, infiltra silenciosamente el agua potable de millones de estadounidenses, sembrando riesgos para la salud pública que ya no pueden ser ignorados.

Los PFAS —siglas de sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas— son compuestos sintéticos diseñados desde hace décadas para otorgar propiedades revolucionarias: antiadherencia, impermeabilidad, resistencia al calor. Los encontramos en utensilios de cocina, espumas contra incendios, textiles y hasta envases de alimentos. Pero su innovación tiene un oscuro reverso: estos compuestos son prácticamente indestructibles en el medio ambiente. Se acumulan, perduran y se filtran, invadiendo fuentes de agua y, con ellas, los cuerpos humanos. Más de 165 millones de estadounidenses —casi la mitad de la población— han estado expuestos a estas toxinas, según registros que identifican cerca de 8,865 sitios contaminados a lo largo de los 50 estados, Washington D.C. y territorios asociados.

La luz que arrojan las investigaciones, como la liderada por la doctora Lani Graham en Maine, revela un cuadro inquietante. La exposición a estos “químicos eternos” no es inofensiva ni pasajera: estudios científicos relacionan por primera vez una exposición prolongada a PFAS con cánceres de riñón y testículos, alteraciones en la función tiroidea, sistemas inmunológicos debilitados y daños en el desarrollo infantil. “La mayoría de las personas tienen PFAS en la sangre, la contaminación es ubicua”, explica la doctora Tasha St., una de las voces médicas que reclama un reforzamiento inmediato en la educación clínica y en la vigilancia ambiental.

Sin embargo, en medio de esta crisis silenciosa, las políticas para frenar su avance continúan siendo tibias e insuficientes. La ausencia de regulaciones estrictas y la lentitud en la implementación de normas robustas para el agua potable erosionan la confianza pública y dilatan la respuesta institucional. La ciudadanía permanece expectante, mientras científicos e médicos convocan a una acción decidida que vaya más allá de estudios y exhortos: se necesitan legales contundentes, monitoreos constantes y preparación médica para enfrentar un daño que, si no se contiene, podría ser perpetuo.

¿Podrán las autoridades estadounidenses detener el avance de estos compuestos permanentes antes de que la salud colectiva se deteriore irremediablemente? Por ahora, el vacío de respuestas claras amplifica la inquietud en una población atrapada entre el progreso tecnológico y sus sombras tóxicas.

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