¿SILENCIO ROBADO? EL RUIDO QUE AMENAZA LA AUDICIÓN EN COLOMBIA
Un susurro que nunca cesa.
En abril de 2025, mientras el mundo conmemoraba el Día Internacional de Concientización sobre el Ruido, en Colombia resonaba una advertencia grave: el ruido intenso y constante está erosionando la salud auditiva de sus habitantes.
El estrépito cotidiano supera los 85 decibelios—volumen equivalente a una motocicleta acelerando a plena calle o a una bocina al límite— y se infiltra en la vida diaria de millones. Desde la música alta que se escucha a través de audífonos hasta el caos del tráfico y la maquinaria industrial, este ruido no es solo molestia: es un enemigo silencioso que deteriora la audición irreversible de jóvenes y adultos.
Expertos de renombre, como el Instituto Nacional de la Sordera y Otros Trastornos de la Comunicación de Estados Unidos, revelan que el daño se gesta en las células ciliadas del oído interno, aquellas diminutas guardianas que cuando se dañan, no renacen. La pérdida auditiva no es solo gradual; a veces un solo estallido fuerte puede segar el sentido del oído para siempre. Así sucede en escenarios cotidianos: conciertos, carpinterías o el abuso constante del volumen en audífonos.
En nuestras urbes, donde la vida palpitante nunca descansa, la Organización Mundial de la Salud advierte sobre la contaminación acústica creciente. Ciudades colombianas rebasan límites seguros, exponiendo a niños, jóvenes y trabajadores a paisajes sonoros agobiantes que repercuten más allá del oído, provocando estrés y afectaciones en la calidad de vida.
¿Cómo enfrentar esta amenaza invisible? La responsabilidad es compartida: desde las autoridades que deben establecer y hacer cumplir normativas más estrictas, hasta la ciudadanía que precisa reconocer el peligro y actuar para preservar su derecho al silencio y a la salud.
El ruido brama sin tregua pero, ¿podrá la sociedad colombiana detener este asalto sonoro antes de que el silencio se convierta en un lujo perdido?