Caos en Usme: ¿Hasta cuándo la protesta justifica el desorden?
La calma duró pocas horas en Bogotá.
Jueves 29 de mayo de 2025, Bogotá. La segunda jornada del Paro Nacional, convocado por las principales centrales obreras, terminó envuelta en episodios de violencia, saqueos y enfrentamientos que dejaron una ciudad sacudida y al sistema de transporte paralizado.
El epicentro del conflicto se situó en la localidad de Usme, donde desde la tarde, aproximadamente a las 3:00 p.m., estalló el orden público. Un grupo de más de 100 individuos, entre ellos numerosos menores de edad, tomó el control del puente de La Marichuela. Entre piedras y contundentes ataques a la fuerza pública, vandalizaron semáforos, infraestructura pública y bloquearon rutas clave. La tensión alcanzó su punto álgido hacia las 8:00 p.m., cuando un supermercado de la cadena Ara fue saqueado y vandalizado, hechos que dejaron constancia de la degradación de la protesta hacia el desorden y la violencia.
El Secretario de Seguridad de Bogotá, César Restrepo, confirmó que dos menores de 16 y 17 años fueron capturados y están siendo sometidos a procesos de restitución de derechos. “Lo que vimos fue una concentración preocupante de jóvenes comprometidos en actos violentos que ensombrecen las legítimas demandas sociales”, señaló. Mientras tanto, el impacto no se limitó a Usme; el bloqueo prolongado del sistema TransMilenio en horas pico afectó de manera directa a miles de usuarios, quienes se vieron obligados a caminar largas distancias para regresar a sus hogares.
Pero, ¿qué motivó esta movilización que, a pesar de su origen legítimo, terminó en desmanes? Las centrales obreras, incluyendo la CUT, CGT y Fecode, convocaron el paro para manifestar su rechazo al hundimiento de la consulta popular y exigir la aprobación de reformas sociales urgentes, además de denunciar un bloqueo legislativo que consideran paraliza cualquier avance tangible en materia social. En un gesto que genera controversias, el presidente Gustavo Petro se deslindó formalmente de la organización de las protestas, aunque sectores afines a su gobierno se sumaron a la movilización, reflejando la complejidad política del momento.
La jornada desnuda las fracturas sociales y políticas que atraviesan la capital, pero también plantea preguntas inquietantes: ¿Cuánto puede permitirse que las expresiones de protesta se desvirtúen en violencia y vandalismo? ¿Están las instituciones preparadas para garantizar el derecho a la manifestación pacífica sin sacrificar el orden público? Y, quizás lo más importante, ¿qué futuro aguarda para las demandas sociales si el diálogo se ve opacado por la destrucción y la incertidumbre?
Mientras tanto, Bogotá amanece con un vacío y una tensión que invitan a la reflexión, en espera de que las soluciones no sigan siendo una materia pendiente entre cierres de calles y episodios de descontrol.