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**¿Salud en agonía?**
El reloj avanza implacable, pero para los hospitales públicos de Medellín, parece haberse detenido en un estado crítico.
Este noviembre de 2025, el panorama en la atención médica de la ciudad y el departamento de Antioquia desnuda una crisis profunda: más de $22 billones en deuda acumulada por EPS y prestadores de servicios de salud que tienen contra las cuerdas a la red hospitalaria pública.
Es el alcalde Federico Gutiérrez Zuluaga quien en voz alta lanza la alarma, pintando un diagnóstico sombrío: “el sistema de salud está en coma”. Desde su trinchera, señala directamente a la actual gestión del Gobierno Nacional, acusándola de haber debilitado el sistema, cuando lo que necesitaba era fortalecerse. “Para mejorar el sistema de salud no había que destruirlo. Lo destruyeron”, subraya con firmeza en una reciente rueda de prensa, exigiendo medidas urgentes para evitar un colapso inminente y resguardar lo más básico: el derecho a la salud.
Este deterioro no es casual ni aislado. En junio de ese mismo año, la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC) había alertado que la deuda nacional superaba los $24 billones, con un crecimiento acelerado respecto al periodo anterior. Antioquia no escapa a esta realidad: el déficit local ya pasa los $4 billones, golpeando duramente a la red pública. Aquí, hospitales como el General de Medellín sostienen una lucha en números, con una cartera vencida que alcanza los $128.000 millones solo ante el Gobierno central.
Las consecuencias no tardan en manifestarse: servicios esenciales cierran sus puertas, las camas hospitalarias, incluyendo las de cuidado crítico, disminuyen, y la entrega de medicamentos —fundamental para quienes enfrentan enfermedades crónicas o emergencias— se suspende con frecuencia. La operación diaria de estos centros se ve comprometida, dejando en vilo el bienestar de miles de pacientes que dependen de una atención integral y oportuna.
Mientras tanto, las voces del sector claman por soluciones definitivas. ¿Será posible revertir esta debacle sin que la salud pública termine de desmoronarse? El tiempo se agota y las heridas del sistema parecen abrirse cada vez más profundas. ¿Podrá la voluntad política sanar lo que la deuda ha erosionado?
Pero, más allá de las cifras, está el rostro invisible de la crisis: cada cama perdida, cada medicamento faltante, cada servicio cerrado representa una vida esperando atención, una confianza desplomada y un derecho esencial en riesgo. Y en ese silencio, la pregunta resuena: ¿qué nos está costando realmente esta deuda que parece no tener fin?


