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¿Libertad en traslado?
Este martes 15 de julio de 2025, una propuesta presidencial agitó las aguas diplomáticas entre Colombia y Estados Unidos. Desde Cartagena, el presidente Gustavo Petro lanzó una idea tan insólita como simbólica: trasladar la Estatua de la Libertad de Nueva York a la costa caribeña colombiana.
Lo que comenzó como una alocución destinada a exponer la crisis del sistema de salud colombiano, pronto derivó en un dardo hacia la política migratoria estadounidense. Petro criticó el trato que reciben los migrantes latinoamericanos —con especial énfasis en los colombianos— y aprovechó para aludir a la estatua que, desde hace más de un siglo, encarna los ideales de democracia y libertad en el hemisferio occidental.
“¡Pongámonos de acuerdo en lo que toca, democracia y libertad! Si no, esa estatua de Nueva York hay que trasladarla a Cartagena”, afirmó con contundencia el mandatario, evocando la memoria histórica de San Basilio de Palenque, el primer territorio libre de América, fundado por esclavos africanos y hoy un símbolo vivo de resistencia cultural y libertad en Colombia.
La conexión entre estos dos lugares no es casual. Para Petro, la verdadera lucha por la libertad no está representada en la icónica figura neoyorquina, sino en aquellos que conquistaron y preservaron la libertad contra la opresión esclavista. Su argumento se torna una denuncia directa contra lo que considera prácticas migratorias “esclavistas y racistas” en Estados Unidos, donde, dijo, existen centros de detención que asemejó a “campos de concentración”. Además, mencionó el caso de una mujer colombiana asesinada en Estados Unidos, un episodio no detallado que, sin embargo, sirve para ilustrar la gravedad de lo que denuncia.
Esta propuesta, más allá del simbolismo, evidencia un desencuentro profundo entre ambos gobiernos, exacerbado por las tensiones sociales que genera la migración y el racismo en el continente. La reacción estadounidense no se ha hecho esperar, aunque hasta ahora se mantiene en un discreto ámbito diplomático.
¿Se trata de una simple provocación política o de una invitación a repensar los símbolos de libertad en América? Mientras tanto, en Cartagena, un municipio recién reconocido por su historia de resistencia, la idea ha encendido la esperanza y la polémica por igual. La pregunta flota en el aire: ¿podrá la libertad reubicarse en un territorio donde su historia comenzó a escribirse con lucha cotidiana?
El traslado de un símbolo no es menor. Es una metáfora que inquieta y convoca a debatir sobre quiénes somos y qué representa la libertad hoy. Petro, al proponerlo, abre un espacio para cuestionar no solo la política migratoria estadounidense, sino también la narrativa oficial sobre quiénes son los verdaderos portadores de esa libertad.
En la región y más allá, la ciudadanía observa, expectante pero con cautela. Porque quizá la verdadera libertad no es una estatua, sino el reconocimiento ineludible de historias que, durante siglos, han sido relegadas a la oscuridad. ¿Habrá eco para esa voz en el cuello de la diplomacia?
Pero el debate apenas comienza. Y la propuesta de Petro, aunque polémica, convoca inevitablemente a mirar con mirada crítica la realidad que viven millones en la sombra de la Estatua de la Libertad.