📸 Cortesía: captura de pantalla Presidencia
¿PAZ O PROVOCACIÓN? LA TARIMA QUE ESTREMECIÓ MEDELLÍN
Un sábado marcado por la controversia.
El 21 de junio de 2025, en la emblemática Plaza de La Alpujarra en Medellín, un hecho sin precedentes en la historia reciente de Colombia sacudió la opinión pública. El presidente Gustavo Petro compartió escenario con los que muchos consideran las raíces del conflicto urbano: cabecillas criminales recluidos en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí. Fue durante el acto bautizado Un pacto por la paz urbana, un esfuerzo visible del Gobierno para avanzar en su controvertida política de paz total.
La escena fue digna de una película de tensión social. Bajo un manto de estricta custodia, estos personajes —largamente señalados en procesos judiciales por delitos graves como homicidio, secuestro y concierto para delinquir— se subieron a la tarima, exponiendo su rostro al público y a la historia. Entre ellos sobresalían nombres como Juan Carlos Mesa Vallejo, conocido como Tom, líder de la temida banda Los Chatas. Junto a él, José Leonardo Muñoz Martínez alias Douglas, cabeza visible de La Terraza. También estuvieron Jorge de Jesús Vallejo Alarcón, alias Vallejo, del grupo El Mesa; Freyner Alfonso Ramírez García, alias Carlos Pesebre, exmilitar y fundador de los Pesebreros; y otros pesos pesados como Walter Alonso Román Jiménez, alias El Tigre y Elder Zapata Rivera, Grande Pa. No faltaron alias Lindolfo, Pocho y Naranjo, figuras con larga trayectoria en el entramado criminal antioqueño.
Este acto, cargado de simbolismo y polémica, no se improvisó. Los líderes fueron trasladados desde sus celdas en Itagüí en buses operados por el Inpec, custodiados con un dispositivo de seguridad sin precedentes. El Gobierno sostiene que esta exposición pública responde a una estrategia para desarticular la violencia urbana desde la raíz, estableciendo diálogos con actores fundamentales de la conflictividad. Sin embargo, críticos advierten que el gesto erosiona la confianza ciudadana y podría legitimar criminalidades ante un público expectante y desconcertado.
La historia de estas bandas y sus cabecillas es un reflejo del entramado social que ha marcado a Medellín durante décadas. La llamada paz total pretende combatir este fenómeno con medidas poco convencionales, bajo la convicción de que la inclusión y el diálogo pueden ser armas contra la repetición de la tragedia urbana. Pero la incertidumbre persiste: ¿es posible que sentar en la misma tarima a un jefe de banda y al presidente de la República provoque la paz o solo profundice el vacío de justicia que siente la ciudadanía?
La controversia no cesa ni parece que vaya a hacerlo pronto. A partir de este acto, la voz colectiva se pregunta si verdaderamente se están cumpliendo los objetivos anunciados o si, por el contrario, se está dilatando el esclarecimiento de responsabilidades. En las calles de Medellín, la sombra de la violencia no se desvanece fácilmente.