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¿Adiós al maestro de la mente?
En la madrugada del lunes 20 de octubre de 2025, en Bogotá, se apagó la luz que durante décadas iluminó los pasillos de la neurocirugía colombiana. El doctor Remberto Burgos de la Espriella, padre de esta disciplina en el país, nos dejó un legado imperecedero y un vacío que la medicina nacional apenas comienza a comprender.
Burgos de la Espriella, nacido en Montería en 1951, dedicó más de cuarenta años a desentrañar los misterios del cerebro y la médula espinal. Fue un maestro incansable en la lucha contra aneurismas cerebrales y tumores medulares, enfrentando con precisión quirúrgica enfermedades que pusieron a prueba la esperanza de miles. Formado en instituciones de renombre, su cátedra en la Pontificia Universidad Javeriana y sus cargos en la Academia Nacional de Medicina, la Federación Latinoamericana de Neurocirugía y la Asociación Colombiana de Neurocirugía lo convirtieron en un referente nacional e internacional.
Su deceso, ocurrido en la intimidad de su residencia bogotana, se debió a complicaciones derivadas de un aneurisma aórtico abdominal, una amenaza latente que él conocía pero que no podía eludir. La noticia se propagó con pesar entre colegas, discípulos y pacientes, quienes no solo reverencian su maestría técnica, sino también su ética, humanidad y entrega a la enseñanza. Más que un cirujano, fue un faro ético en un mundo cada vez más complejo.
Además del quirófano, Burgos de la Espriella fue un narrador apasionado de la ciencia. Sus libros y sus columnas en medios nacionales abrieron un espacio de reflexión crítica sobre la salud pública y la innovación médica. En sus últimos meses, mantuvo vivo el diálogo con la sociedad, traduciendo con claridad casos médicos complejos para el entendimiento común, generando así un puente entre la medicina y la gente.
¿Quién podrá llenar ese vacío en la neurocirugía y en la conciencia médica del país? ¿Podrá alguien igualar la combinación de ciencia y humanidad que él encarnó? Este lunes 20 de octubre, Colombia no solo despide a un médico; llora la partida de un maestro, un pionero y un ser humano que transformó para siempre el arte de cuidar el cerebro.
El eco de su bisturí, sus enseñanzas y su ética perduran, pero el dolor permanece, como la lluvia que no cesa. ¿Habremos aprendido a honrar su legado más allá del recuerdo? ¿O la medicina colombiana seguirá buscando en las sombras a su padre ausente?