La soledad extrema multiplica riesgos para la salud mental y física en EE. UU.

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¿Soledad, la nueva epidemia invisible?

La soledad extrema se ha convertido en un enemigo silencioso que crece al margen del ruido cotidiano. En Estados Unidos, su sombra se cierne con fuerza creciente, erosionando tanto la salud mental como física de millones. Este jueves 15 de junio, un estudio publicado en la revista PLOS One y liderado por el investigador Oluwasegun Akinyemi pone luz sobre esta crisis silenciosa: más de 47.000 adultos encuestados entre 2016 y 2023 revelan un destello inquietante. Aquellos que confiesan sentirse “siempre” solos tienen cinco veces más probabilidades de padecer depresión. Pero no es solo eso. Cada mes, suman casi 11 días adicionales de mala salud mental y cerca de cinco días más de mala salud física, cifras que dibujan un cuadro sombrío del impacto de la soledad crónica.

Este hallazgo encuentra eco en las alarmas lanzadas por la Oficina del Médico General de Estados Unidos. En su reporte de 2023, la soledad fue catalogada como una “epidemia silenciosa” que afecta a la mitad de la población adulta. Apenas conexiones personales profundas, apenas un sostén afectivo: ese vacío aumenta en un 60% el riesgo de muerte prematura y su efecto nocivo se compara nada menos que con el del tabaquismo. No es una exageración: la salud pública está ante un dilema que exige atención inmediata. Según la encuesta más reciente de Gallup, de octubre de 2024, uno de cada cinco adultos estadounidenses vive la soledad a diario, la cifra más alta desde la conclusión del confinamiento sanitario, aunque por debajo del pico pandémico.

Pero ¿quiénes son los más vulnerables? La soledad no discrimina, pero pesa especialmente sobre los hombros de jóvenes y adultos de mediana edad. Investigaciones recientes, como la que la Universidad Mayor de Santiago de Chile difundió en abril de 2025 en *Aging & Mental Health*, señalan a los adultos de mediana edad como un grupo crítico. Se enfrentan a múltiples presiones: laborales, familiares y sociales, aderezadas por una creciente desconexión interpersonal que los deja atrapados en un vacío doloroso. La pandemia, los cambios tecnológicos y las transformaciones del tejido social agravan esta realidad.

Mientras tanto, expertos y autoridades insisten en que superar esta crisis no se limitará a tratar síntomas individuales. Es indispensable replantear el entramado social que sustenta nuestras relaciones, promover redes de apoyo y políticas que reconozcan la soledad como un flagelo colectivo. La pregunta que queda flotando en el aire es poderosa y perturbadora: ¿podrá Estados Unidos frenar esta epidemia invisible antes de que el daño sea irreversible?

Porque detrás de cada cifra, de cada porcentaje, hay vidas en espera de una conexión que las sostenga. Y mientras esa espera se dilata, la soledad sigue ganando terreno, silenciosa, pero implacable.

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