Laura Sarabia anunció su salida definitiva del gobierno tras reunión con el presidente Gustavo Petro

📸 Cortesía: Cancillería
¿Adiós a la diplomacia en picada?

Este martes 8 de julio de 2025, la Casa de Nariño se convirtió en el escenario de un adiós que sacude los pasillos del poder en Colombia. Laura Sarabia, ministra de Relaciones Exteriores, anunció oficialmente su salida definitiva del gobierno tras una reunión con el presidente Gustavo Petro.

La renuncia de Sarabia no fue un giro inesperado, sino el desenlace de un conflicto que cristalizó en torno a la polémica adjudicación del nuevo contrato para la producción de pasaportes. La exministra denunció que la Imprenta Nacional “no está lista” para asumir la responsabilidad a partir del 1 de septiembre, cuestionando la decisión gubernamental de no renovar con la firma Thomas Greg & Sons y optar por una transición inmediata junto a la Casa de Moneda de Portugal.

Fue un choque entre criterios: Sarabia, con su voz técnica y prudente, versus el impulso del Gobierno y el jefe de gabinete, Alfredo Saade, empeñados en llevar adelante la medida pese a las advertencias. La tensión se cerró con una renuncia que Sarabia calificó como un acto de coherencia y respeto institucional: “Me voy con la conciencia tranquila… le deseo los mejores éxitos a la nueva canciller Rosa Villavicencio”, designada para asumir de forma temporal y encargarse de un empalme que debe ser inmediato.

El encuentro final entre Sarabia y Petro repasó los desafíos que enfrenta la política exterior colombiana: desde la relación con Estados Unidos hasta la crisis diplomática y consular que se agrava en estas semanas. La salida de Sarabia abre preguntas sobre la estabilidad y eficacia del cancillería, justo en un momento en que la delicada escena internacional demanda liderazgo firme.

¿Podrá la diplomacia colombiana sostenerse ante este revés y la incertidumbre que deja un conflicto público sin resolver? El vacío que se abre en la Cancillería no es solo un cambio de nombres, sino un símbolo de las tensiones internas que erosionan la confianza en la gestión del Estado y en un proyecto político que promete, pero flaquea. Mientras tanto, la ciudadanía observa con atención, expectante, y quizás con algo de desconfianza, el rumbo de la política exterior de un país en busca de certezas.

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