📸 Imagen cortesía: Imagen tomada de la cuenta de X de Juanita Goebertus, directora de la División de las Américas de la organización Human Rights Watch
Penha y Alemão: un martes de sangre en Río
Un estruendo atravesó las favelas de la Penha y el Alemão el martes 28 de octubre de 2025.
En esas comunidades, cerca de 2.500 policías y militares irrumpieron para ejecutar 100 órdenes de captura contra el Comando Vermelho, la banda de narcotraficantes que, con su expansión, ha erosionado la seguridad de Río de Janeiro. El saldo fue terrible: al menos 132 muertos, entre ellos cuatro agentes del orden; 81 detenidos; pero, por encima de las cifras, decenas de civiles atrapados en medio del fuego cruzado, y 40 cuerpos hallados por los vecinos en plazas y calles, donde resonaba el dolor y la incertidumbre.
La Defensoría Pública local define esta operación como la más letal que la ciudad ha vivido en tiempos recientes. Ese miércoles 29 de octubre, la cifra de fallecidos fue confirmada, aunque el gobernador Cláudio Castro admitió que ese número podría todavía aumentar, a medida que continúan las tareas de rescate e identificación en zonas marcadas por el horror. Ante el vacío institucional, fueron principalmente mujeres —vecinas y familiares— quienes tomaron el papel de recuperar cuerpos, su grito humano frente a un operativo que las dejó desamparadas en las primeras horas.
¿Por qué esta escalada letal? Las autoridades apuntan a la necesidad de frenar el avance territorial del Comando Vermelho, que amenaza la ciudad justo cuando Río se prepara para eventos internacionales como la Cumbre Mundial C40 de alcaldes y el Premio Earthshot, anexos a la COP30. La represalia de las bandas criminales no se hizo esperar: bloqueos de calles, enfrentamientos armados y un cese inmediato de más de 100 rutas de transporte, además del cierre de escuelas y centros de salud. La ciudad quedó paralizada, convertida en escenario de una guerra urbana que expone la fragilidad y la polarización social.
Este despliegue, un despliegue impregnado de fuerza sobrada y militarización, plantea preguntas que no pueden soslayarse: ¿a qué costo se combate el crimen organizado? ¿Cómo se protege a las comunidades que, en medio del combate, quedan atrapadas? ¿Será suficiente esta estrategia para pacificar una ciudad que parece vivir en perpetuo estado de emergencia? Mientras el humo se disipa, en las favelas y en la conciencia colectiva, permanece un vacío difícil de llenar y una esperanza por respuestas que no lleguen teñidas de sangre.


