Luto en Colombia: una voz que se apaga, pero no se olvida
Esta vez, el silencio se impone con pesar. El miércoles 21 de mayo de 2025, a las 8:39 p.m. (hora colombiana), en Miami, Estados Unidos, la música colombiana perdió uno de sus tesoros más valiosos: **Carmenza Duque**, la inolvidable “Potra Zaina”.
Nacida el 17 de marzo de 1951 en Manizales, Caldas, Carmenza navegó por las aguas de la balada romántica, el bolero, la música andina y la ranchera, dejando huellas imborrables en las décadas de los 70 y 80. Fue más que una voz: un emblema nacional. Entre sus mayores logros se encuentra la interpretación de la canción principal de la telenovela “La potra zaina” y, en 1986, el hito histórico de ser la **primera mujer colombiana en cantar para el papa Juan Pablo II** durante su visita a Colombia.
Sin embargo, su último año fue una batalla contra la fragilidad del cuerpo. Su hija, **María Francisca Gutiérrez Duque**, reveló que la artista enfrentó múltiples complicaciones de salud. Un infierno personal que inició con un paro cardíaco en 2024, que llevó a la colocación de un marcapasos, seguido de dos infartos. Y justo hace cuatro días, mientras viajaba en Estados Unidos, una **pancreatitis aguda** la obligó a ser hospitalizada de emergencia. La intervención quirúrgica no pudo frenar el avance de una necrosis que dañó varios órganos, apagando finalmente su vida a los 74 años.
La noticia, confirmada en la mañana del jueves 22 de mayo por sus familiares, se propagó con rapidez, despertando una ola de homenajes en redes sociales y medios nacionales. La despedida de una estrella que iluminó el alma de miles, pero cuyo eco perdurará mucho más allá del último suspiro.
Mientras el país se viste de luto, la pregunta resuena: ¿Podrá el arte colombiano encontrar otra voz que llegue con la misma intensidad a los corazones del pueblo? La partida de Carmenza Duque no solo marca el fin de una era, sino que invita a reflexionar sobre la riqueza y la vulnerabilidad del legado cultural que la música lleva consigo. Porque aunque la voz se apague, el dolor permanece, como la lluvia.