Miguel Uribe. La promesa política que silenciaron las balas 

Miguel Uribe Turbay dedicó casi la mitad de su vida a la política. Nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, creció entre conversaciones sobre Estado y servicio público, pero su carrera no se forjó solo por herencia. Desde joven, entendió que la política era más que un apellido: era un compromiso con la ciudad y el país que lo vieron nacer. 
 
Su primera gran responsabilidad llegó como concejal de Bogotá, donde se destacó por su defensa de la seguridad ciudadana y el manejo transparente de los recursos públicos. Posteriormente, como secretario de Gobierno de la capital, asumió el reto de enfrentar crisis de orden público y mediar en tensos diálogos con sectores sociales, ganándose la imagen de un negociador firme pero dispuesto a escuchar. 
 
En el Senado, Miguel Uribe se consolidó como una voz crítica frente al gobierno del presidente Gustavo Petro. Desde allí, impulsó debates sobre seguridad, economía y lucha contra la corrupción, siempre respaldado por cifras y diagnósticos técnicos. Su estilo —sobrio, argumentativo y frontal— le dio un espacio en la agenda política nacional. 
 
En 2025, decidió dar un paso más: competir por la Presidencia de la República. Su campaña, enfocada en el orden, la seguridad y el fortalecimiento institucional, lo posicionó como una alternativa conservadora, con un discurso que buscaba reconciliar al país en medio de la polarización. 
 
La madrugada del 11 de agosto de 2025 lo sorprendió sin haber cumplido ese último sueño. A los 38 años, Miguel Uribe deja una huella en la política colombiana como un dirigente que, más allá de su apellido, se forjó con debates, propuestas y la convicción de que la política podía ser un espacio para construir y no para destruir. 

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