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¿Voces negras al frente de la lucha invisible?
Este 6 de agosto de 2025, un informe de ONUSIDA refleja una realidad poco visible: en Colombia, las mujeres afrodescendientes son el pilar en la batalla contra el VIH en regiones marginadas como la costa Caribe y el Pacífico.
Estos territorios, marcados por siglos de exclusión, concentran tasas de infección mucho más altas que el promedio nacional. ¿Por qué? Las cifras no mienten: cerca de la mitad de las personas diagnosticadas con VIH en estas zonas son mujeres afrocolombianas, atrapadas en un entramado de desigualdad estructural, racismo, sexismo y acceso deficiente a servicios de salud básicos. En este contexto adverso, la respuesta no viene desde arriba, sino desde las entrañas mismas de las comunidades.
Andrea Valencia, fundadora de la Asociación Lila Mujer en el suroeste, personifica ese liderazgo que emerge desde la base. Desde sus espacios, se tejen redes de apoyo, capacitación y lucha, donde las mujeres aprenden de prevención, comparten historias y se convierten en protagonistas activas. “El reto es hacer visibles las necesidades de las mujeres negras e indígenas. En nuestros grupos de autoayuda se construye más que información: se construye hermandad y resistencia colectiva”, confiesa Valencia.
La batalla no solo busca frenar la transmisión y asegurar el acceso al tratamiento. Va más allá: implica empoderar a quienes históricamente han sido invisibilizadas y defender sus derechos en medio de la vulnerabilidad. El liderazgo afrocolombiano es un acto de rebeldía contra el olvido, una llama que evidencia que la lucha contra el VIH es también una batalla por la justicia social.
Aun así, la pregunta persiste: ¿podrán estas voces alzarse lo suficiente para transformar las estructuras que las oprimen? Mientras tanto, en las costas negras de Colombia, la esperanza es una red tejida por manos de mujeres.
