📸 Imagen cortesía @AerocivilCol
[NIEBLA QUE DETIENE UN PAÍS EN VUELO]
Un manto gris cayó sobre Bogotá este jueves 23 de octubre, y con él, el aliento mismo de El Dorado pareció extraviarse. La mañana se tornó borrosa, y la niebla se adueñó de la pista, silenciando motores, retrasando destinos.
Desde las 5:30 a.m., una espesa neblina cubrió el occidente de la capital, dejando a la vista solo sombras indistintas. La Aeronáutica Civil, ante la urgencia de preservar vidas y garantizar la seguridad, cerró de inmediato las pistas de El Dorado, el emblema de la conectividad aérea colombiana. Lo hizo con la seriedad que imponen los protocolos internacionales cuando la naturaleza limita el ojo humano y la precisión tecnológica.
El impacto fue inmediato y profundo. Miles de pasajeros atrapados en terminales y en ciudades conocidas ahora por la incertidumbre, no por la proximidad. Avianca anunció que 19 de sus vuelos fueron conducidos hasta Cali y Rionegro, buscando cielos abiertos. Más de cuarenta vuelos permanecían inmóviles aguardando a que la luz retornara. Latam y otras aerolíneas, entre la frustración y la precaución, invitaron a sus clientes a mantener la atención en las redes oficiales, en un pulso constante con la tormenta invisible.
Este bloqueo aéreo no es un simple contratiempo, sino un recordatorio frío de cuán precaria puede ser la danza entre el hombre y el clima en las grandes arterias del transporte moderno. Bogotá, a primeras horas del día, vivió una pausa que se sintió en todo el país y más allá, en destinos que tenían a El Dorado como punto de conexión esencial.
¿Por qué cerrar un aeropuerto que mueve millones? Porque esa niebla no solo oculta la pista al piloto, también eclipsa la esperanza de un aterrizaje seguro. El Dorado, entonces, se rindió ante la niebla, mostrando que ni el más grande de los hubs está exento de un silencio impuesto por la naturaleza.
Mientras la niebla se disipa, quedan preguntas: ¿Estamos preparados para enfrentar estos desafíos climáticos? ¿La infraestructura y los protocolos serán suficientes cuando las condiciones se vuelvan cada vez más impredecibles? Por ahora, los motores esperan. Y el país, también.


