📸Cortesía: ONU – John Isaa / Comunicado de prensa
«`htmlUN VACÍO QUE ALZA ALARMAS: LA ONU REDUCE SU PRESENCIA EN REGIONES GOLPEADAS POR LA VIOLENCIA
Este lunes 23 de junio de 2025, la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia hizo pública una decisión que reverbera más allá de sus oficinas: el cierre de tres sedes regionales y el despido de 46 trabajadores, medidas derivadas de recortes financieros que amenazan la continuidad de su misión en el país.
Las regiones directamente afectadas – Antioquia, Chocó, Córdoba, Guaviare, Meta, Huila, Tolima y Caquetá – no son territorios cualquiera. Son zonas donde persiste con crudeza el conflicto armado, la presencia de actores ilegales y se denuncian constantes violaciones a los derechos humanos. Allí, la labor de la ONU ha sido un faro para comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas y defensores de derechos humanos.
El comunicado oficial apunta a una reducción significativa de los fondos, situación estrechamente vinculada a la disminución del respaldo económico de Estados Unidos, históricamente el mayor donante a través de entes como USAID. La estrategia que se anuncia es una apuesta por “hacer más eficiente el mandato en Colombia”, concentrando esfuerzos desde Bogotá y asumiendo que la cobertura territorial será con presencia no permanente.
El anuncio provoca un sentimiento palpable de desamparo en quienes desde el terreno sienten que sus voces se quedan sin eco. La ONU expresó su pesar por la imposibilidad de continuar un acompañamiento cercano a los pueblos indígenas, las comunidades afrodescendientes y campesinas, así como a las y los defensores que afrontan la amenaza constante del conflicto y la violencia estructural.
Desde ahora, la Oficina se replegará a su sede principal en Bogotá y mantendrá oficinas en departamentos como Cauca, Valle del Cauca, Nariño, Putumayo, Arauca, Norte de Santander, Cesar, La Guajira, Sucre, Magdalena, Bolívar y Atlántico. Sin embargo, la pregunta que subyace en el ambiente es inevitable: ¿cómo garantizarán los derechos y la protección en las regiones que dejan, justo donde más se necesitan?
Mientras tanto, las voces de las comunidades y defensores permanecen en una incertidumbre que refleja un vacío institucional que no podrá llenarse fácilmente. ¿Podrá la ONU mantener su compromiso en un mapa tan fragmentado y convulso con recursos tan limitados? El desafío apenas comienza, y el país observa con atención ese silencioso pero profundo retroceso.
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