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¿Tregua o pausa en la tormenta diplomática?
Este lunes 7 de julio de 2025, una carta del presidente colombiano Gustavo Petro a Donald Trump sorprendió al intentar desactivar la crisis con Estados Unidos.
La crisis diplomática estalló apenas semanas atrás, tras una acusación pública que estremeció la relación bilateral. El 11 de junio, desde una plaza en Cali, Petro insinuó que el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, podría estar involucrado en un intento de golpe de Estado contra su Gobierno. La frase, replicada con fuerza por el presidente venezolano Nicolás Maduro, se viralizó y desató una tormenta política. Frente a estas declaraciones, Estados Unidos reaccionó con rapidez: llamó a consultas a John T. McNamara, encargado de negocios en Bogotá, calificando las acusaciones como “infundadas y reprochables”. No tardó en llegar la réplica colombiana: el retiro de su embajador en Washington, Daniel García-Peña, en un gesto simétrico que solo profundizó el vacío entre ambas naciones.
Fue en ese contexto de máxima tensión cuando, fechada el 23 de junio pero difundida recién esta semana, llegó la misiva de Petro a Trump. En ella, el presidente colombiano busca despejar las sombras. “Deseo aclarar que cualquier expresión mía que haya sido interpretada como una acusación directa sobre la participación en un supuesto golpe de Estado en Colombia, no tenía la intención de señalar a nadie de manera personal ni de cuestionar sin fundamentos el papel de los Estados Unidos”, escribe Petro, reconociendo que sus palabras pudieron resultar “innecesariamente duras”. Más allá de la defensa cuidadosa, el mensaje apunta a un reencuentro: propone una cumbre regional que permita reabrir un diálogo, aminorando así las asperezas acumuladas.
Para entender este giro es necesario recordar que la relación entre Bogotá y Washington es compleja y ha atravesado numerosos altibajos en las últimas décadas, con temas como la seguridad, el narcotráfico y la política regional figurando como puntos sensibles. Esta crisis añade capas de incertidumbre a una alianza ya frágil y pone de manifiesto cómo la retórica presidencial puede erosionar la confianza con rapidez, incluso entre aliados tradicionales. La carta no solo busca evitar una ruptura mayor, sino también contener la percepción internacional de una escalada fuera de control.
La ministra de Relaciones Exteriores, Laura Sarabia, respaldó el contenido de la carta, enfatizando la voluntad del Gobierno colombiano de mantener abiertos los canales diplomáticos y la necesidad de “un diálogo respetuoso y constructivo”. Sin embargo, la comunidad internacional observa con cautela, pues las heridas de las acusaciones públicas y las contramedidas diplomáticas no se sanan con una simple carta. Por ahora, la propuesta de Petro apunta a construir un puente donde antes hubo muros; pero queda la pregunta: ¿será suficiente para superar el vacío de confianza y retomar una relación basada en el respeto mutuo?
Mientras tanto, en una región convulsa y marcada por incertidumbres, la carta aparece como un gesto de tacto y pragmatismo, un llamado a que las diferencias dialécticas no terminen por provocar una fractura de consecuencias imprevisibles. Pero el proceso apenas comienza: la ciudadanía colombiana y estadounidense, así como la comunidad internacional, esperarán atentos si este gesto se traduce en un cambio profundo o si la crisis se agudiza en silencio. ¿Podrá la diplomacia hallar finalmente la calma después de la tormenta?