📸 Imagen cortesía @MauricioLizcano
**¿Amenazas que silencian? Mauricio Lizcano y el eco oscuro contra su familia**
Un ramo fúnebre llegó a la sede de campaña en Manizales ese lunes 6 de octubre. No era un saludo ni un gesto de respeto. Llevaba el nombre de Óscar Tulio Lizcano, excongresista marcado por el secuestro que sufrió en manos de las Farc hace más de dos décadas. Pero esta vez, las sombras se extendían sobre su hijo: Mauricio Lizcano, precandidato presidencial, exministro, rostro visible y ahora blanco de intimidaciones.
Ese ramo no fue un capricho ni un olvido del pasado. Llegó con un mensaje que amenaza la integridad misma del exministro y, más dolorosamente, la de su familia. En la tarde de ese día, Lizcano hizo pública la denuncia desde su campaña en Caldas. “Acabamos de recibir un sufragio con una amenaza contra la vida de mi padre, quien fue víctima de secuestro”, contó con la voz cargada de firmeza y preocupación.
El lugar: su sede de campaña en Manizales, ciudad que hoy no solo tiene en vilo el futuro político, sino también la seguridad palpable y amarga de una familia expuesta. La presencia de ese ramo fúnebre, símbolo inequívoco de una muerte anticipada, retumbó más allá de su oficina. Autoridades locales y allegados se activaron, conscientes de que la política colombiana sigue siendo un terreno donde el miedo se respira en silencio.
¿Por qué sucede esto justo ahora? Lizcano no duda: es un intento por silenciarlo. Por desdibujar su voz en esta contienda presidencial. “La política no puede ser escenario de miedo ni de intimidaciones”, advirtió. En el mismo contexto, el exfiscal general Francisco Barbosa anunció ese mismo día su renuncia a la carrera presidencial, alegando motivos similares de seguridad y limitación en su esquema de protección. Dos hechos, un mismo telón oscuro que envuelve a la política colombiana.
¿Cómo responder ante esta amenaza? Lizcano exigió una investigación sin dilaciones y lamentó la aparente inacción gubernamental frente a su petición. La sensación de vulnerabilidad crece, el sistema de protección flaquea, y la pregunta queda suspendida en el aire: ¿podrá la justicia garantizar que la democracia no se fragmente bajo el peso del miedo?
Mientras la campaña sigue su curso, esta amenaza cala hondo, revelando que, detrás de cada nombre y cada candidatura, hay personas que enfrentan no solo un proceso electoral, sino la carga imborrable de un país que aún batalla contra sus propios fantasmas. ¿Será posible que la política recupere su rostro humano y se libere del silencio impuesto por la violencia? ¿Podrá la justicia actuar a tiempo para que el futuro no se escriba bajo la sombra de la intimidación?