📸 Cortesía: Max Mumby/Indigo/Getty
El adiós a un príncipe
Este jueves 30 de octubre, en una jornada que marca un capítulo sin precedentes en la monarquía británica, el Palacio de Buckingham anunció que el príncipe Andrew, hermano del rey Carlos III, ha perdido oficialmente todos sus títulos y privilegios reales. A partir de ahora, será conocido únicamente como Andrew Mountbatten Windsor.
La histórica decisión implica no sólo la retirada de tratamientos como “Su Alteza Real” sino también la pérdida de sus títulos nobiliarios: duque de York, conde de Inverness y barón Killyleagh. Además, se le retiraron condecoraciones honoríficas y el derecho a residir en Royal Lodge, la residencia de la Corona donde habitaba desde 2003. Según el comunicado oficial, “Su Majestad ha iniciado hoy un procedimiento formal para retirar el tratamiento, los títulos y honores al príncipe Andrés. Su contrato de arrendamiento en Royal Lodge será rescindido y él se mudará a un alojamiento privado”. Este paso lo excluye inmediatamente del registro oficial de la nobleza británica, conocido como *Roll of the Peerage*.
La causa de esta medida no es nueva, sino el resultado de un largo y turbio proceso que dura casi una década. Andrew fue señalado por su vínculo con Jeffrey Epstein, magnate estadounidense juzgado y condenado por gravísimos delitos sexuales. Virginia Giuffre, víctima de tráfico sexual, acusó públicamente al entonces príncipe de haberla obligado a mantener relaciones sexuales siendo menor de edad. Él ha negado esas acusaciones, pero en 2022 decidió evitar un juicio penal a cambio de un acuerdo económico millonario. La reciente publicación de las memorias póstumas de Giuffre en abril reavivó el escándalo, exponiendo nuevamente la sombra que eclipsaba a la Corona.
Este capítulo refleja, más allá del destino de Andrew, una crisis que erosionó la confianza en la institución monárquica. ¿Podrá esta renuncia a títulos y privilegios sanar las heridas abiertas? ¿O sólo es una medida simbólica ante un daño ya irreversible? La incertidumbre persiste mientras la opinión pública y la Casa Real confrontan un legado empañado por acusaciones que retumban aún más allá de las paredes del Palacio.
En este momento, el mundo contempla cómo una figura hasta ahora protegida por su linaje se ve arrojada al estricto escrutinio de la historia y la justicia. Pero la pregunta que queda es profunda: ¿qué implica realmente perder el título cuando lo que está en juego es la verdad y la dignidad humana?
