📸 Imagen cortesía Redes Sociales
La visita de Salvatore Mancuso a la Casa de Nariño reabre una de las preguntas más incómodas de nuestra historia reciente: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nombre de la paz? El exjefe paramilitar, responsable de atrocidades que marcaron a miles de familias, fue recibido oficialmente por el presidente Gustavo Petro para formalizar su papel como gestor de paz. Un acto que, más que protocolario, tiene una profunda carga simbólica y moral.
¿Puede un hombre que sembró el terror convertirse ahora en mediador de reconciliación? ¿Puede hablar de paz quien lideró ejércitos de guerra? Y, sobre todo, ¿puede el Estado, que un día fue su enemigo y su cómplice, presentarlo hoy como aliado?
El Gobierno argumenta que Mancuso puede ayudar a reconstruir la verdad del conflicto, que su testimonio es clave para entender los vínculos entre paramilitarismo, política y fuerzas del Estado. Es cierto: Colombia necesita saber toda la verdad, incluso la más dolorosa. Pero, ¿justifica eso devolverle visibilidad y legitimidad pública a quien simboliza el horror?
Ver a Mancuso en el Palacio presidencial es un golpe para la memoria. Las víctimas aún buscan justicia, y mientras ellas siguen esperando, el país parece más dispuesto a perdonar que a escuchar.