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¿Segunda entrega, pero sin escape?
Este lunes 10 de noviembre de 2025, justo a las 7:58 a.m., en la Unidad de Reacción Inmediata (URI) de Canapote, barrio Crespo de Cartagena, se presentó un nuevo capítulo en la tragedia que sacudió a Bogotá y al país. Ricardo González, señalado como el segundo agresor en el homicidio del joven estudiante universitario Jaime Esteban Moreno Jaramillo, decidió entregarse voluntariamente a las autoridades, acompañado de su abogada Gladys Marcela López.
La historia comenzó la madrugada del 31 de octubre, cuando tras una fiesta de Halloween en la discoteca Before Club — ubicada en la calle 64 con carrera 15, en el norte de Bogotá — una pelea estalló en la vía pública. Los videos analizados por la Fiscalía General de la Nación son contundentes: González aparece claramente en las imágenes agrediendo brutalmente a Moreno. Esa agresión, tan inexplicable como devastadora, terminó con la vida del joven de 22 años, estudiante de la Universidad de los Andes, provocando una ola de conmoción nacional y un amargo eco de casos anteriores de violencia juvenil en la capital.
Desde días previos, circulaban rumores sobre una posible fuga hacia Venezuela, pero la abogada López fue clara ante los medios en Cartagena: González nunca salió del país ni tuvo intención alguna de evadir la justicia. Por el contrario, fue su misma defensa la que coordinó su entrega, buscando acelerar el proceso judicial y responder por los hechos que han dejado un vacío imposible de llenar en la comunidad académica y en el país.
Este doloroso episodio no termina aquí. Juan Carlos Suárez Ortiz, el primer implicado en la agresión, continúa bajo investigación, mientras que dos mujeres, inicialmente vinculadas al caso, fueron finalmente dejadas en libertad. La justicia se esfuerza por esclarecer hasta el último detalle de esta tragedia que interpela a la sociedad: ¿cómo hemos llegado a normalizar estas escenas de violencia en nuestras calles? ¿Podrá el proceso judicial aportar algo de luz y reparación entre tanta oscuridad?
Mientras tanto, Cartagena fue testigo silencioso de la entrega de González, una señal de que, aunque tarde, la justicia comienza a movilizarse. Pero el dolor permanece, como la lluvia que nunca cesa. ¿Habrá respuestas que mitiguen esta herida profunda? El país espera, con la duda inherente a toda tragedia sin resolver.


