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¿Quién cuida al talento?
Este martes 26 de agosto de 2025, en la mañana fresca de Medellín, un equipo femenino de baloncesto entre 13 y 15 años, oriundas de Piendamó, Cauca, sufrió un golpe inesperado: el robo en el hotel Florida Nueva, ubicado en la carrera 70, justo cuando se preparaban para un torneo nacional.
El director técnico, Cristian Alexander Ramos Villamil, aún conmocionado, narró cómo un hombre ajeno al grupo se hizo pasar por delegado, aprovechando la distracción del equipo y cuerpo técnico quienes desayunaban fuera del hotel y exploraban los alrededores. Este desconocido ingresó con aparente naturalidad a las habitaciones, robando objetos de valor cruciales para las adolescentes: un iPhone 16, un Galaxy S20 y 300 mil pesos en efectivo.
Los hechos se desencadenaron poco después de su llegada a Medellín. La misma víctima explicó que el individuo inició una conversación con las jóvenes preguntando sobre su procedencia y la naturaleza del evento, ganándose su confianza. Sin embargo, fue la ausencia de vigilancia y la falta de protocolos estrictos en el hotel lo que facilitó su acceso y posterior hurto.
Las cámaras de seguridad captaron al sujeto merodeando con insistencia, intentando abrir diversas puertas antes de lograr su cometido. “El hotel dice que no se hace responsable, lo que nos parece una injusticia, porque jamás se le entregó llave ni estaba registrado”, enfatizó Ramos Villamil a medios regionales, evidenciando la sensación de abandono institucional que acompaña la denuncia.
La respuesta oficial ha sido tibia. La Policía atendió la llamada, asegurando que las grabaciones serán parte del proceso investigativo, mientras la administración del hotel y las autoridades distritales apenas avanzan en las averiguaciones. Sin embargo, los días pasan y la incertidumbre en las voces juveniles permanece.
Este episodio no es solo el robo de unos dispositivos; es la pregunta urgente sobre quién garantiza la seguridad y cuidado para niñas que representan no solo un equipo, sino un sueño y esperanza para sus comunidades. Mientras tanto, muchas preguntas sobrevuelan: ¿qué protocolos existen para proteger a quienes viajan por deporte? ¿Por qué la respuesta institucional parece dilatarse? ¿Cuántos talentos más tendrán que sufrir esta vulnerabilidad antes de que se actúe con eficacia?
El silencio oficial se extiende mientras el equipo sigue adelante, pero el vacío de protección sigue abierto, como un hueco que nadie termina de cerrar. ¿Quién responderá realmente por el daño y la incertidumbre? ¿Podrán las autoridades reconstruir más que objetos robados? ¿O esta será solo otra historia fragmentada, como tantas otras, en el libro de los olvidados?


