📸 Cortesía: Reuters
¿Seguridad en jaque?
Un golpe al corazón de la historia.
Este domingo 19 de octubre de 2025, en la madrugada parisina, un audaz grupo de al menos cuatro delincuentes desató una sombra de vulnerabilidad en el Museo del Louvre. Ocho joyas históricas del tesoro de la monarquía francesa, valoradas en más de 88 millones de euros, desaparecieron en apenas ocho minutos, dejando una herida profunda en la emblemática Galerie d’Apollon.
A las 9:30 a.m. hora de París —las 3:30 a.m. en Colombia—, los ladrones irrumpieron disfrazados de operarios de construcción, con chalecos reflectivos y un camión equipado con cesta elevadora al lado del río Sena. Su objetivo fue claro: una ventana en el primer piso que, tras ser violentada con herramientas eléctricas, les abrió el paso al recinto donde se exhiben coronas, tiaras y collares de reinas y emperatrices francesas. El asalto, calculado y veloz, se desarrolló con una sorprendente eficacia: en cuatro minutos violentaron vitrinas históricas, sustrajeron las piezas más valiosas y huyeron por el mismo camino.
Entre los tesoros robados, relucen la tiara y un broche atribuidos a la emperatriz Eugenia, junto a joyas engastadas con diamantes y esmeraldas que pertenecieron a las casas napoleónica y borbónica. La corona de la emperatriz, perdida y luego recuperada, fue víctima de daños irreparables en su precipitada fuga.
Laurence des Cars, directora del museo, apareció ante el Senado francés para admitir lo inconfesable: zonas vitales de seguridad carecían de cámaras activas, exponiendo un vacío que facilitó el golpe. La pregunta que queda en el aire es inevitable: ¿Cómo pudo un recinto tan vigilado dejar una ventana para el robo más espectacular en décadas?
El suceso, más que una pérdida material, revela grietas difíciles de ignorar en la custodia del patrimonio. Mientras la justicia francesa investiga y la policía sigue tras las huellas de los responsables, la ciudadanía se enfrenta a una amarga reflexión sobre la fragilidad de sus símbolos más valiosos. ¿Será este robo un llamado a reforzar no solo la seguridad física, sino la confianza en las instituciones encargadas de proteger la memoria colectiva? El eco del vidrio roto en la Galerie d’Apollon resuena más allá del museo; es un recordatorio de que, incluso en los lugares más emblemáticos, la vigilancia permanente es un deber, no una opción.


