📸 Cortesía: Presidencia
¿Niños de guerra, verdad a medias?
Este martes 8 de julio de 2025, en Bogotá, seis excomandantes de las extintas FARC hicieron un reconocimiento histórico ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP): el reclutamiento forzado de más de 18.000 niñas, niños y adolescentes durante el prolongado conflicto armado colombiano.
Una carta firmada por Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”, Julián Gallo (“Carlos Antonio Lozada”), Pastor Alape, Pablo Catatumbo, Milton de Jesús Toncel y Jaime Parra expone una verdad dolorosa. Admiten su responsabilidad como “máximos responsables” de estos crímenes que, en sus palabras, son “un hecho injustificable que marcó de manera irreversible la vida de quienes fueron involucrados, de sus familias y sus comunidades”. No era solo una explotación militar; era la ruptura profunda de un tejido social ya desgarrado por la guerra.
Este reconocimiento se enmarca en el Auto 005 de 2024, dentro del Macrocaso 007 que la JEP abrió en marzo de 2019 para investigar patrones macabros de reclutamiento y utilización de menores, además de violencia sexual, tortura, desapariciones y homicidios que afectaron a niños entre 1996 y 2016. Durante esos años, miles no solo fueron obligados a empuñar armas, sino también sufrieron abusos sexuales y violencias de todo tipo en medio de una guerra sin rostro humano.
Los excombatientes admiten que estos hechos ocurrieron “en medio de una guerra prolongada, enraizada en desigualdades históricas que debieron ser atendidas antes de que la violencia se convirtiera en rutina”. La carta subraya la “herida colectiva” que ha dejado cicatrices profundas en la convivencia nacional y anuncia un “firme compromiso de aportar a la verdad, la reparación y la no repetición”.
La declaración, aunque critical para la justicia transicional, deja a la sociedad colombiana con preguntas sin resolver: ¿cómo reparar la infancia perdida y las comunidades deshechas? ¿Podrá esta verdad convocar a una reconciliación auténtica o solo será un paso más en la lenta burocracia de la memoria? Mientras tanto, las víctimas y sus familias aguardan que esta admisión no quede en palabras y se transforme en acciones reales que restauren la dignidad arrebatada.
El dolor permanece como testigo silencioso de un conflicto que aún no ha cerrado sus heridas. La justicia, aunque tardía, busca abrir una puerta hacia el futuro. Pero ¿será suficiente? ¿Podrán los ecos de este reconocimiento trascender la letra fría de un documento y sanar verdaderamente esas cicatrices invisibles?