Secuestran en Arauca A madre cabeza de familia

Secuestro en Arauca: una madre silenciada

En la bruma de la madrugada del sábado 17 de mayo, la tranquilidad rural del municipio de Tame, Arauca, se quebró con la violencia que arrancó de su hogar a Jessica Mariana Albarracín Alvarado, una joven mujer de 21 años y madre cabeza de familia. En el sector conocido como El Culebrero, en la vereda Cravo Corozo, hombres armados irrumpieron y la forzaron a salir, dejando tras de sí un vacío que resuena en dos pequeños corazones de uno y cinco años, sus hijos.

La desaparición de esta joven madre no es un acto aislado, sino un reflejo trágico de la inseguridad que persiste en las zonas rurales de Arauca. Familiares desesperados han lanzado un llamado a quienes detentan su libertad: respeten su vida e integridad física, devuelvan a Jessica a su familia sin demora. Este clamor se mezcla con la angustia palpable de dos niños que ahora enfrentan un mundo sin el abrazo protector de su madre.

Las autoridades locales, conscientes de la gravedad, junto a la comunidad, urgen la intervención de misiones humanitarias. Se busca abrir canales de diálogo que faciliten un regreso que parece lejano pero imprescindible. Sin embargo, la incertidumbre crece. Ningún grupo armado ha reivindicado esta acción, y los ojos del país esperan en silencio, pero con ansiedad, algún avance oficial que esclarezca el paradero de Jessica y los móviles detrás de su secuestro.

Este hecho se inserta en un patrón doloroso: otros secuestros recientes, como el sufrido por dos mujeres en la vereda El Oasis del vecino municipio de Arauquita, evidencian que la violencia no da tregua. La comunidad y el país enfrentan una pregunta incómoda y urgente: ¿cómo garantizar la seguridad y devolver la esperanza a estas tierras heridas?

El destino de Jessica Mariana Albarracín Alvarado pende en un equilibrio frágil. Mientras tanto, sus hijos y su familia esperan. Y con ellos, una nación que reclama justicia y humanidad en medio de sombras que amenazan con oscurecerlo todo. ¿Cuándo cesarán estos silencios forzados? ¿Podrá la voluntad colectiva y humanitaria abrir una brecha donde hoy solo hay miedo y ausencia?

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