📸 Imagen cortesía D.R.A
¿El Diablo libre en la neblina?
La madrugada del domingo 19 de octubre de 2025, una sombra se escurrió entre la espesura de la neblina en la Cárcel de Máxima Seguridad de Cómbita, Boyacá. Nelson Ocampo Morales, conocido en las sombras como ‘El Diablo’, uno de los presos más peligrosos de Colombia, logró lo que parecía imposible: fugarse del penal que debía mantenerlo tras los barrotes.
El escape ocurrió en el silencio confuso entre la noche del sábado y el amanecer dominical. Originario de San Vicente del Caguán, Ocampo Morales quebrantó la rígida seguridad del tercer piso del patio 1 de la prisión: rompió una ventanilla, atravesó la malla de seguridad y burló la concertina. La neblina, cómplice inesperada, ocultó su huida. La escena dejó señales cruentas: rastros de sangre y prendas desperdigadas que dibujaban la urgencia y la violencia de la fuga, revelando la audacia y el riesgo del condenado.
Con solo 23 meses de condena cumplidos, ‘El Diablo’ había sido sentenciado a 33 años por el asesinato agravado de la patrullera Paula Cristina Ortega Córdoba, ocurrido el 2 de agosto de 2023 en Neiva. El homicidio no fue un acto aislado, sino parte de una oscura estrategia conocida como “plan pistola” dirigida contra la fuerza pública, en la que Ocampo y un cómplice atacaron a la uniformada para arrebatarle su arma de dotación. Más allá del homicidio, su expediente estaba marcado por hurto, porte ilegal de armas, destrucción de evidencia y vínculos con las disidencias de las Farc, una red criminal que continúa desafiando al Estado.
Pero este escape no fue solitario. En el intento también participó Deimer Sánchez Montejo, alias ‘Meme’, enfrentando cargos similares por homicidio. La fuga conjura preguntas incómodas: ¿cómo pudo ‘El Diablo’ quebrar la seguridad de uno de los recintos más vigilados? ¿Qué fallas permiten que un reo con tal perfil de peligrosidad logre desaparecer en la noche? Y, sobre todo, ¿qué riesgo supone ahora su libertad para quienes aún aguardan justicia?
Las autoridades se encuentran en alerta máxima, mientras la investigación busca esclarecer los vacíos y responsabilidades en un sistema penitenciario que vuelve a mostrar grietas inquietantes. La ciudadanía observa, con la confianza erosionada, la fuga que desnuda no solo la fragilidad de las cadenas físicas, sino también las sombras que persisten en la seguridad y la justicia colombianas.
En un país donde cada fuga de un condenado produce un eco de incertidumbre, la pregunta persiste: ¿será capaz el Estado de recapturar al ‘Diablo’ antes de que su huida se convierta en una herida más profunda para la sociedad?