Fico envía misiva hasta al FBI por el Tarimazo de Petro con las bandas criminales

📸 Imagen cortesía Javier Nieto
¿Paz con sombras en Medellín?

Este 2 de julio de 2025, Medellín quedó en la encrucijada de la esperanza y la inquietud. Federico Gutiérrez Zuluaga, alcalde de la ciudad, dirigió una carta al Departamento de Estado de EE. UU., FBI, DEA y la Embajada estadounidense en Bogotá, una misiva que alerta sobre una “crítica situación de seguridad y criminalidad transnacional” que acecha al corazón antioqueño.

El detonante: el acto oficial “Un pacto por la Paz Urbana de Medellín”, celebrado el 21 de junio en la emblemática Plaza de La Alpujarra, donde el presidente Gustavo Petro lideró un encuentro que buscaba sembrar reconciliación. Sin embargo, la paz que se pregonaba estuvo acompañada de figuras que desdibujan ese mensaje. Entre los presentes, se destacaron cabecillas privados de la libertad, como Juan Carlos Mesa Vallejo, alias “Tom”, y Freyner Ramírez García, conocido como “Pesebre”. Ambos con condenas por delitos graves y señalados en la lista OFAC de EE. UU. por narcotráfico y crimen organizado. Para Gutiérrez, exponer a estos personajes como “voceros de paz”, junto a congresistas y altos funcionarios, no solo trastoca la institucionalidad sino que hiere a las víctimas de esas redes criminales, que se ven revictimizadas en esta muestra pública.

La preocupación del alcalde va más allá de una simple protesta política; es la alarma de una posible legitimación institucional a las redes criminales que han hecho de Medellín un nodo estratégico para organizaciones transnacionales. Carteles como el de Sinaloa, la temible Tren de Aragua o la ‘Ndrangheta italiana tienen vínculos con los Grupos Delincuenciales Organizados (GDO) y Grupos Delincuenciales Comunes Organizados (GDCO) del área metropolitana. Así lo advierte Gutiérrez, respaldando sus afirmaciones con documentos enviados previamente a la Fiscalía colombiana, notas periodísticas y el reciente Informe Mundial sobre Drogas 2025 de la ONU, que arroja luz sobre la compleja maraña criminal que se teje en la ciudad.

La carta del alcalde abre interrogantes profundos: ¿Qué precio paga Medellín por ese intento de pacto? ¿Puede el reconocimiento público de estos personajes erosionar la autoridad y debilitar el tejido social? Mientras tanto, la ciudadanía observa con escepticismo y dolor cómo la esperanza de una paz urbana se enfrenta a los fantasmas de redes criminales de alcance global.

La pregunta queda flotando en el aire, como un eco persistente: ¿es posible construir una paz duradera cuando las señales enviadas parecen más una sombra que una luz? A partir de este 2 de julio, Medellín deberá buscar respuestas entre la complejidad de sus propios conflictos. Pero el vacío en la institucionalidad y la incertidumbre sobre el rumbo del acuerdo continúan, tan presentes como la memoria de sus víctimas.

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