Justicia confirma que Alejandro Char es el padre biológico de Steven Castellanos Ramos

📸 Imagen cortesía D.R.A
¿Verdad tardía en Barranquilla?

Silencios que duran más de treinta años.

El 10 de octubre de 2025, la justicia colombiana decidió poner fin a una incertidumbre que durante tres décadas envolvió a un joven y a su familia en un velo de secretos y silencios. El Juzgado Primero de Familia del Circuito de Bogotá confirmó que Alejandro Char Chaljub, entonces alcalde de Barranquilla, es el padre biológico de Steven Castellanos Ramos. La determinación del Tribunal de Bogotá ordenó corregir el registro civil para que Steven lleve el apellido que le corresponde: Char Ramos, un acto que restablece, finalmente, su derecho fundamental a la identidad.

La historia comenzó en 1991, entre los pasillos de una inmobiliaria familiar cuando Diana Magali Ramos Saavedra, estudiante y empleada, inició un vínculo sentimental con Alejandro Char. De aquel lazo nacería Steven, el 17 de junio de 1992 en Bogotá. No obstante, fue inscrito como hijo de Jorge Eliécer Castellanos Moreno, pareja de Diana en esa época, dejando al joven creciendo sin conocer la verdad de su origen.

La revelación no llegó sino hasta el año 2024, cuando Diana Magali decidió romper el silencio y contar a Steven lo que hasta entonces era un secreto guardado. Impulsado por esa confianza, Steven acudió a la justicia para reclamar lo que la vida le había negado: su filiación real.

La batalla legal no fue sencilla. A pesar de las solicitudes para confirmar la paternidad mediante pruebas de ADN, Alejandro Char ignoró dos citaciones del Instituto Nacional de Medicina Legal en diciembre de 2024 y junio de 2025. Sus argumentos de problemas de salud parecían resonar en el vacío, especialmente porque durante esas fechas se le vio participando en eventos públicos. Según la ley colombiana, esta negativa se interpretó como una admisión tácita de paternidad. Finalmente, el 20 de agosto de 2025, Char presentó un memorial en el que solicitaba el reconocimiento voluntario, manifestando su deseo de “asumir la filiación y recuperar el tiempo perdido”.

Este capítulo no solo habla de un nombre que se corrige en un papel, sino de las complejas redes familiares, las decisiones que el tiempo no puede deshacer y el derecho ineludible de conocer quiénes somos. ¿Podrá la reconciliación llegar más allá del papel y sanar las ausencias que el silencio dejó? En Barranquilla y en Colombia, esta historia invita a reflexionar sobre el peso de las identidades negadas y la urgente necesidad de justicia también en lo más íntimo.

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