Las riñas entre perros en albergues y centros de bienestar animal pueden presentarse por los antecedentes de maltrato, aislamiento o instrumentalización

📸 Imagen cortesía Alcaldía de Medellín
Perros al filo del duelo: una lucha silente en los refugios de Medellín

El pasado lunes 25 de agosto, las autoridades del Distrito de Medellín hicieron pública una dolorosa realidad que trasciende las rejas de los albergues: las riñas entre perros rescatados persisten, como heridas abiertas que no terminan de sanar. Estos enfrentamientos violentos, que encuentran su raíz en el maltrato anterior, el aislamiento prolongado o el lúgubre papel de ser usados en peleas clandestinas, se recrudecen en los centros de bienestar animal, en un ciclo que aún no logra romperse.

El Centro de Bienestar Animal La Perla, ubicado en Medellín, se convirtió en escenario de la última tragedia el 5 de agosto: un perro adulto rescatado del sector de Guayabal perdió la vida tras una pelea en el canil de cuarentena, pese a la atención veterinaria inmediata. Su fallecimiento no solo confirma la gravedad del problema, sino que abre interrogantes sobre las condiciones que aún permiten la violencia interna entre animales que buscan sanación.

No obstante, hay un rayo de esperanza. Las autoridades locales, lideradas por Adrián Abreu, coordinador del centro La Perla, han implementado rigurosas estrategias para manejar esta crisis: evaluaciones etológicas personalizadas, clasificación precisa de caniles según tamaño y temperamento, y la integración de estímulos ambientales junto con tratamientos conductuales y médicos. Estos esfuerzos se traducen en una notable reducción del 66,1 % en las riñas durante 2025 respecto a años anteriores, y una mitigación del 40 % en la mortalidad derivada de estos conflictos entre 2023 y 2025.

El contexto se engrandece al mirar la sombra de las peleas ilegales en Colombia, una práctica reprobada y castigada penalmente con hasta cinco años de prisión, que utiliza a perros como ‘sparrings’ —habitualmente cachorros, animales quebrantados o envejecidos— condenándolos a la vulnerabilidad física y emocional. Refugios como Patitas de la Protesta en Bogotá han sido testigos y crónica viva de esta explotación perversa, que pone en jaque la posibilidad real de recuperación y socialización en los albergues.

Así, mientras las autoridades avanzan en tácticas para contener la violencia, la pregunta persiste: ¿serán suficientes estos remedios para sanar no solo las heridas visibles, sino también ese vacío que arrastran los animales, víctimas y sobrevivientes de un ciclo demasiado humano de abuso y abandono? La lucha en los refugios continúa, acaso a la espera de que el propio ser humano asuma su responsabilidad definitiva.

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